Paris, 1968

viernes, 25 de junio de 2010

José Saramago, la mirada del escritor

En la historia mundial de las letras, el apellido Saramago será recordado como aquel que le dio el primer nobel de literatura a Portugal en 1998. Y si avanzamos en las precisiones que nunca faltan, también fue el primer nobel en lengua portuguesa, contando esa vasta y maravillosa literatura del Brasil, aún sin premiar. Pero Saramago, es un apodo, un sobrenombre, un mote con el que quisieron, y a fe que lo lograron, distinguir y menospreciar al papá de José de Sousa. Sin embargo, para paradojas, está la vida: ese niño también fue bautizado con el nombre del padre, pero de él no heredó propiedades, honores o distinciones, pues no las tenía en su haber como policía pobre que fue, a no ser el apellido que en realidad es un apodo, desconocido para muchos, pero desde 1998 laureado con un nobel de literatura más que merecido: Saramago.

Alguna vez José de Sousa, nacido en un pueblo perdido en la provincia de Portugal, Azinhaga, “el culo del mundo”, según dijo, ese hombre que llegó a ser nobel tardío de literatura a los 75 años, el niño delgado y entristecido hecho hombre de letras, el autodidacta amante de las bibliotecas públicas, el enamorado de Pilar del Río su traductora al castellano, aquel que venía de una familia de campesinos iletrados, pobres y sin perspectivas de progreso alguno, el niño que nació reconociéndose en la explotación de sus mayores que no tenían ni baño en un hogar que es mucho llamar casa, ese mismo que recibió las burlas de sus familiares cuando lo oyeron leer sus primeras frases en alguno de los periódicos viejos que sirven para todo menos para aprender a leer, dijo en una de sus novelas: “Lo que no es literatura es vida”. Porque para él, su vida misma no era literatura. Otra cosa pensamos sus lectores, ayer asombrados con su imaginación literaria, orgullosos con su creación humana y su sensibilidad como ciudadano, pero hoy entristecidos con su partida, esperada, es cierto, por eso mismo lamentable y dolorosa. Definitiva.

Ha muerto un amante de las letras, gran lector y entusiasta novelista que llenó con su creación artística las horas y los días de quienes queremos encontrar, y a veces encontramos, explicaciones al mundo presente, a sus absurdos o a sus desesperanzas, desde la poesía, las novelas, el teatro, los cuentos, los relatos personales, los artículos de prensa. Saramago transitó esos mundos y entre las páginas de sus 30 libros nos enseñó a mirar la realidad con los ojos del que pregunta, con la mirada de aquel que no se calla ante los horrores del mundo, incluso con 87 años no pensaba dejar la pluma. Él no escribía, miraba. Y su mirada no sólo cuestionaba este mundo de injusticias, mentiras y violencias, sino que creaba una sensibilidad especial para que los lectores nos diéramos cuenta de que existe el sentido común de las cosas. Ese que no vemos, ese que nos haría espantarnos de lo que somos: seres crueles, indiferentes, insociables…

Para Saramago todas las cosas nos ven, así nosotros no lo advirtamos. Todas las cosas de la vida y de la muerte ocupan un lugar en el mundo de los hombres, el problema está en que somos ciegos o vivimos en cavernas que llamamos ideologías de las que nunca salimos como en el mito platónico. Nuestra identidad está siempre en cuestión y no somos conscientes porque no queremos saber lo que somos, y menos queremos abrir los ojos para cambiar de mundo. Saramago como artista que fue escribió para mirar. Su mirada era la del ciudadano que pensaba, analizaba y cuestionaba este orden de cosas, esta realidad capitalista en el que no se hallaba ni se reconocía, y en el que, por supuesto, tomó partido a favor de los explotados. Él que era, toda la vida lo fue, un hombre de izquierda, como tal vez no ha habido nobel de literatura.

Se ha ido un escritor político, un hombre que se hizo a sí mismo, aquel que no perteneció a ninguna escuela literaria y que menos quiso fundar alguna. Ejerció el libre pensamiento como su conciencia de ciudadano autónomo se lo dictó, asumiendo sus costos, los que para un escritor se resumen en la censura y el silencio de los editores, por algo vivió y murió en Lanzarote, España. Consecuente con su pensamiento de izquierda, con su pasado como obrero explotado, con su admiración por Marx, como hombre inscrito en la gran división social del trabajo tomó partido desde muy joven por el ateísmo y el comunismo en plena dictadura de Salazar, del cual hay un cuento extraordinario en Casi un objeto.

Su lucha como artista, como escritor, como ciudadano fue contra las ideologías que se declaran a sí mismas eternas, únicas, absolutas. Sus novelas así lo revelan: La caverna es una reflexión sobre las miserias del capitalismo; El evangelio según Jesucristo es un ensayo sobre el nacimiento del cristianismo como relato histórico; Levantado del suelo es un cuestionamiento del latifundio y del campesinado explotado; El ensayo sobre la lucidez es una novela sobre el poder de la autonomía individual y colectiva en un país donde la política es una mentira que se cuenta con votos; El hombre duplicado es una reflexión sobre la falta de identidad del hombre moderno; Las intermitencias de la muerte es una discusión sobre el poder del amor frente a la muerte; El ensayo sobre la ceguera es una lectura de la crisis de la razón humana para explicar y transformar el presente. Y así muchas otras, como Manual de pintura y caligrafía o Historia del cerco de Lisboa, obras donde refrenda el valor de la palabra escrita y su poder no advertido: todo se puede cambiar.

Se extinguió ese elefante de la literatura, José Saramago, y el mundo de las letras ha perdido un pensador inigualable, un filósofo de la palabra escrita, un hombre democrático, aquel que nos enseñó a mirar el sentido común de las cosas, a reconocernos en ellas y a no olvidarlas. Las intermitencias de la muerte, una de sus últimas novelas, empieza y termina con una propuesta de no olvido, como tal vez José Saramago, el maestro, el amigo, el escritor, quisiera ser recordado: “Al día siguiente no murió nadie”.

"¡No estoy de acuerdo con la guerra!". En la muerte de Darío Botero Uribe

Darío Botero Uribe ha muerto. Fui alumno de una de sus tantas asignaturas en la Universidad Nacional de Colombia y pude comprobar, como muchos de sus estudiantes, su entusiasmo por el conocimiento, por la palabra, por la vida cotidiana, por lo que él llamaba con propiedad, “la utopía”. Ha muerto un filósofo, Profesor Emérito y Maestro de la Universidad Nacional de Colombia, excelente escritor de filosofía, lúcido y sencillo: sus libros lo confirman. Sus alumnos lo atestiguamos.

Abogado de formación, se dedicó a la filosofía y como buen filósofo quiso fundar y fundó una corriente de pensamiento, Vitalismo Cósmico la llamó. En ella abogaba por la vida con utopías, porque toda reflexión filosófica empieza y termina con la vida. Por eso era un enamorado de la filosofía de Nietzsche y de Heidegger, a los cuales les dedicó sendos libros, hermosos por demás, en los que exploró lo fundamental de sus obras. Y para ambos maestros del pensamiento, alemanes eximios, lo fundamental era la vida, y en ella la creación, el arte. Fueron filósofos vitalistas, como Darío Botero Uribe, quien a su manera lo fue, y de qué forma para dicha de Colombia.

Si ahora exploro algunas de sus obras, sobre Nietzsche y Heidegger, libros que tengo a la mano, a mi mente sobreviene con cariño la imagen del maestro en el salón de clase de la Facultad de Derecho de nuestra Universidad Nacional. Voz pausada como quiera que entonces tenía una afección gripal, con bufanda y abrigo como compañeros, disertaba con sencillez sobre el sentido de la vida filosófica. El maestro reflexionaba y sus escasos 15 estudiantes de pregrado hacíamos las veces de gran auditorio expectante, lo fuimos durante todo el semestre. Era el año 1999 y la discusión se centró sobre el pensamiento latinoamericano, su preocupación por entonces, y me imagino que fue la misma inquietud que lo llevó lejos de aquí y lo acompañó en Alemania Federal cuando estudió en 1983 y 1984 ese posgrado con Jürgen Habermas que reseñan sus libros.

Ese día que refiero en el segundo semestre de 1999, el maestro Botero se enojó profundamente, porque uno de sus estudiantes en el seminario discutió con él sobre la tragedia de la guerra en Colombia; el estudiante sin mayores argumentos quiso legitimar la lucha armada a lo cual se opuso el profesor. La discusión llegó al terreno en el que las voces levantadas hasta el techo dicen más que las palabras, y el maestro abandonó con dolor el reducido salón, luego de decir para siempre: “¡No estoy de acuerdo con la guerra!”. Los que asistimos a dicha sesión en silencio le esperamos de regreso, pero él no volvió esa noche. Fue una de sus tantas lecciones honrando el silencio. Total, era un filósofo vitalista, defensor de la vida filosófica y de la filosofía hecha vida. Siempre estuvo contra la guerra, contra el poder.

“Martin Heidegger: la filosofía del regreso a casa” y “La voluntad de poder de Nietzsche”, son dos de sus libros más representativos. Pero tiene muchos otros como “Vitalismo cósmico”, “El derecho a la utopía” “¿Por qué escribo?”, pues sin temor a equivocarme, era el más prolífico escritor que tenía la Facultad de Derecho, de la cual fue estudiante y decano, y de la que ya se había, creo, retirado en silencio. Ambos autores citados son complementarios en el pensamiento del maestro Botero, siendo como son en una primera lectura, divergentes; por ejemplo Heidegger es católico y Nietzsche es ateo. Esa era una de las virtudes del maestro Botero como filósofo, la complementariedad filosófica. Darío Botero Uribe enseñó que a los filósofos se les discute, y él discutía con ellos.

Pero volvamos. En el primero de sus libros citados, propone un diálogo con Heidegger, filósofo de la vida cotidiana, pero un diálogo desde América Latina. Con Heidegger accedemos a la crítica de la modernidad, al estudio y cuestionamiento del ser y del tiempo. Se puede leer en el libro en cuestión: “Heidegger entre nosotros no ha sido comprendido críticamente”. Comprenderlo es la labor del filósofo, más cuando se piensa en un diálogo “intercultural” desde América Latina con el objeto de crear “una tradición filosófica propia”, tradición que no existe. Tal era la preocupación del maestro Botero, lo fue siempre, ahora lo entiendo. La pregunta sigue abierta: ¿Hay un pensamiento latinoamericano?

El otro libro referido sobre Nietzsche es la reafirmación de la crítica a la razón; como filósofo de la vida frente a la muerte de Dios, Nietzsche reflexiona sobre el poder de la verdad y de la historia. Según el maestro Botero: “Hay que arrancar la dominación religiosa y política de la conciencia de los dominados”. Y Nietzsche es por ello un pensador vigente con el que podemos discutir y discutimos. “Nietzsche hizo tanto por la liberación del hombre como el que más, sólo que no en el campo de los bienes, de la economía, sino en el campo del espíritu, de los prejuicios, de las concepciones y doctrinas que atenazan al hombre contemporáneo, que lo ligan al rebaño”. Este libro sobre Nietzsche es, sin dudarlo, el mejor libro de Botero pues aboga sin rodeos por la liberación de los dominados. No olvidemos su título: “La voluntad de poder de Nietzsche”.

Ser un crítico, esa fue la labor de Darío Botero Uribe. Para dicho apostolado laico como profesor, como maestro, se vistió con las prendas de la duda, de la crítica y de la reflexión filosófica, él que era un gran conocedor del pensamiento europeo, a su manera fue un hombre de izquierda, un liberador de mentes, hombre de la utopía.
Ha muerto un hombre que buscó que accediéramos al pensamiento universal, a la crítica filosófica, al saber del mundo. Que sean estas palabras una pincelada sobre el pensamiento plural, rico en matices, provocador y generoso que nos lega el maestro Botero cuando su cerebro ha dejado de pensar y su cuerpo yace eterno en el corazón de sus discípulos, amigos y familiares, quienes le conocieron y apreciaron. Ahora sus libros, la prueba de su paso por la vida, nos esperan para seguir pensando, con él y junto a él, esta contrahecha y utópica América Latina.

Adiós, filósofo del arte y de la vida.

jueves, 3 de junio de 2010

La Democracia Deliberativa de Antanas Mockus

En la entrevista que Yamid Amat le hace al candidato del Partido Verde (El Tiempo, 23 de mayo, p. 1-6) se sugieren varias directrices de lo que sería un posible gobierno deliberativo en Colombia. Mockus habla de “democracia deliberativa” al tiempo que defiende la Constitución y la ley, lo que él ha llamado en otras ocasiones, la “legalidad democrática”. En la entrevista deja ver que la “democracia deliberativa” necesita de un Estado regulador que privatiza y crea tributaciones. Un gobierno económico.

Mockus propone la “democracia deliberativa”. Sin embargo, la formalidad jurídico-política e institucional de Colombia dice otra cosa. Desde el Preámbulo y en el artículo 1 de la Constitución Política de 1991 se lee que Colombia es una República “democrática, participativa y pluralista”. En igual sentido el artículo 40 lo reconoce: el ciudadano participa en la conformación, ejercicio y control del poder político. Es decir, la Constitución consagra la participación democrática en el Estado social de derecho. En ningún sentido en la Carta Política se afirma que la democracia es deliberativa, o de opinión, sino participativa y pluralista.

Deliberar es ejercer el diálogo, entrar en el debate activo, reconocer el conflicto, cuestionar el poder; significa, igualmente, ejercer la contrastación de ideas, llegar a acuerdos colectivos, asumir la diferencia, respetar las opiniones e intereses de los otros. El recinto consagrado para ello sería el Congreso si Colombia fuera un régimen parlamentario. Pero no. Colombia es una República presidencialista. El Presidente ejerce el poder como jefe de Estado, de Gobierno y Suprema Autoridad Administrativa. Aparte de Comandante General de las FF.AA. Todo lo contrario de deliberar puesto que ejercer la presidencia es ejercer el poder. Esto es, gobernar, ejecutar, decidir. El Presidente de Colombia gobierna, decide, ejecuta. Lo dicen los artículos de la Constitución Política. El Presidente no delibera.

Si Mockus quiere deliberar debe ponerse en igualdad de condiciones que sus gobernados. Lo cual significa que el poder político se ejerza a partir de la discusión, el consenso, el debate y el cuestionando al gobernante y sus políticas. En la democracia deliberativa la verdad del poder no puede ser el poder mismo. En el contexto actual de Colombia, significa que Mockus tendría que no reconocer la Constitución Política pues en ella el Presidente decide sobre lo colectivo en tanto es el representante de la unidad nacional. Y para él decidir no es deliberar.

Para llegar a una “democracia deliberativa” Mockus tendría que modificar la Constitución Política de 1991.

Un ejercicio interpretativo de la entrevista concedida a Yamid Amat revela el cariz de la “democracia deliberativa” que propone Mockus. En realidad, lo que se advierte es un gobierno decisionista, es decir, presidencialista. Por ejemplo, el hoy candidato asume que hay que ganarle “la guerra a las Farc” sin diálogo ni negociación política. La “guerra”, no se delibera, no se discute. Tampoco se va a discutir, a problematizar, a cuestionar, la tributación, el régimen impositivo: “Hay que incrementar el impuesto de renta y el predial (…) hay que reducir la cantidad de tarifas del IVA y elevarlas”. Durante su gobierno, la carga tributaria que hoy está entre el 16 y 18 por ciento se elevará al “23 por ciento”. Por eso el título de la entrevista es contundente: “Lo digo con coraje: habrá más impuestos a los ricos”. Mockus olvida que la tributación implicó en la historia del mundo occidental la representación política de aquellos sectores, estamentos y grupos que pagaban impuestos. ¿Mockus le darás más poder político a aquellos sectores, estamentos y grupos que tributarán?

Un gobierno fuerte es un gobierno impositivo. Y un gobierno fuerte es un gobierno decisionista, o sea presidencialista que decide sobre lo colectivo y lo público. Por eso, si seguimos la entrevista publicada en El Tiempo encontramos que Mockus no sólo luchará contra la corrupción y la pobreza, también será partidario de “privatizar por ineficiencia pública”, “formar más técnicos” y menos universitarios, multiplicando, como él dice, “Senas”; privatizará Isagen, venderá el 15 por ciento de la estatal Ecopetrol para financiar la educación, reformará el sistema electoral hasta hacer “circunscripciones impersonales (distritos electorales)” y reformará la ley 100. En suma, será un Estado regulador que administra el déficit fiscal con una Presidencia decisionista. Mockus será un gobernante que es “más orden que libertad”, y en su gobierno los derechos se expresarán “presupuestalmente”. Es decir, un gobierno económico.

La “democracia deliberativa” que propone el profesor Mockus es tanto o igual al proyecto político del Presidente Álvaro Uribe con el “Estado de opinión”: una iniciativa que al administrar la crisis fiscal con un gobierno económico no se ajusta a la Constitución Política de 1991.

*Columna publicada en eltiempo.com mayo 27 de 2010

¿Mockus presidente?

En el último mes cuatro mediciones de la intención de voto han sido reveladas a través de los medios de comunicación. En todos los casos, las encuestas estuvieron precedidas de dos hechos coyunturales significativos que explican las tendencias e indican el poder mediático para las elecciones de mayo entrante.

En primer lugar está la consulta conservadora. Durante una semana el partido conservador no contó con un candidato sólido y victorioso en la consulta, hasta cuando Noemí Sanín se alzó derrotando a Andrés Felipe Arias. Luego se realizaron dos encuestas, y en ambas Sanín alcanzaba el segundo lugar, después de Juan Manuel Santos. El hecho produjo sorpresa manifiesta y entusiasmo desbordante en el mismo conservatismo que no contaba con tal nivel de audiencia, que en verdad no tienen ni pueden tener.

El segundo hecho coyuntural fue hace dos semanas con la escogencia de Sergio Fajardo como fórmula vicepresidencial de Antanas Mockus. Las dos encuestas que se conocieron en seguidilla le dan ahora un segundo lugar al partido verde, desplazando a Noemí Sanín a un tercer lugar, y conservando a Juan Manuel Santos en el primero con una tendencia a la baja. Ya en la campaña de Mockus hablan de “marea verde” y hasta de su paso a la segunda vuelta presidencial.

Que un antipolítico, un “outsider”, como Antanas Mockus sea, hasta ahora, la sorpresa electoral se explica y tiene su lógica política. No es sorpresa: es la consecuencia de reunir actos, imágenes y discursos a través de los medios de comunicación.

Primero, la alianza uribista que gobernó Colombia durante 8 años está dividida y ya no se articula a partir del discurso de la seguridad democrática. Justamente, si Uribe ganó ambas elecciones presidenciales en la primera vuelta se debió, en gran medida, a que contó no sólo con la alianza suprapartidista que veía en él a un líder de autoridad, sino que articuló un significante de seguridad democrática. La alianza uribista construyó un enemigo ante el cual se definió y contra el cual gobernó declarándole la guerra total: las Farc. Hoy este enemigo no aparece como referente del uribismo fragmentado, y pese a que las Farc aún existen y no han sido derrotadas en la guerra de movimientos, ellas no definirán la contienda electoral.

Si Santos o Sanín o cualquier otro pretenden explotar lo que Uribe explotó, no saben leer la actual relación de fuerzas. Lo que las encuestas revelan es que no será a través de la seguridad democrática como se articule el discurso del futuro presidente de Colombia. Tal verdad no la reconoce ni el propio candidato del PDA.

Así pues, el bloque hegemónico del uribismo, no cuenta con un líder carismático que una, integre y cree identidad a las distintas fracciones del partido del orden: entre más división, más posibilidades tendrá Mockus-Fajardo de pasar a la segunda vuelta presidencial. Lo cierto es que sin Uribe no hay uribismo, y de recuerdos en política no se puede vivir. Aunque las distintas fracciones encuentren antes de primera vuelta en Juan Manuel Santos al sucesor de Uribe, como aquel que encarne las banderas uribistas de la autoridad contra el “terrorismo”, el discurso de la seguridad democrática está agotado y hoy la primera preocupación de muchos electores no es la guerrilla, como la cuestión social no resuelta: el trabajo, la salud, la educación. Es decir, lo que no representa Uribe ni el uribismo. Santos está pues en el peor de los mundos.

Un segundo argumento que explica por qué Mockus es la sorpresa electoral está en su simbología. Ya hemos referido que es un antipolítico, que es tanto como decir un político no tradicional. Ni liberal, ni conservador, ni ex guerrillero, como lo pueden ser los demás candidatos opcionados. Por lo cual, a Mockus no se le puede asociar ningún caso de corrupción, escándalo político, ni clientelismo. No se le puede apostrofar haber sido samperista, pastranista, o uribista.

Es la independencia relativa de las maquinarias, de los cenáculos y su hacer político está en el voto de opinión de mayoría juvenil y citadina, como lo es su formula vicepresidencial, también profesor, también ex Alcalde. Todo ello en términos éticos cuenta a la hora de una elección, cuando ella no está signada por la guerra. Pareciera que Mockus puede articular un nuevo significante vacío, una expresión, un imaginario, que aún no se hace visible, pero que requiere para darle unidad a su propuesta política que vaya más allá del academicismo, del voto de opinión flotante de las grandes ciudades y de la juventud también antipolítica e independiente.
Mockus es un hombre de símbolos. De representaciones, de prácticas discursivas. Pero también es un pegadogo autoritario. Lo fue como rector de la Universidad Nacional y después como Alcalde de Bogotá. Lo que buscaría el electorado no es tanto eliminar la autoridad de la figura presidencial como reconocerla en otros espacios, no sólo en el de la guerra. Si Mockus es Presidente la autoridad se desplazaría de la coacción armada que representa la seguridad democrática a la coacción pedagógica de la cultura ciudadana.

Estas dos lógicas discursivas, una seguridad democrática que no es viable como eslogan de campaña y un imaginario antipolítico de autoridad pegagógica, hacen que Antanas Mockus y Sergio Fajardo encarnen una figura alterna con posibilidades reales de ocupar la primera magistratura de Colombia. Para seguir con dicha tendencia de crecimiento que se advierte en las encuestas, en los medios y en la calle, Mockus tiene que articular un discurso más social, inclusivo, y en buena medida debe distanciarse de todo lo que signifique uribismo y seguridad democrática. Para ello no debe aliarse con ninguno de los otros candidatos antes de la primera vuelta. Y en la segunda apostarle a un acuerdo programático con el PDA y otras fuerzas alternas que vertebre una nueva hegemonía.

Mockus no es el más democrático de los hombres, pues las decisiones políticas que tomó como Rector de la Universidad Nacional y como Alcalde de Bogotá en los dos periodos, no fueron decisiones colectivas sobre lo colectivo, participativas, inclusivas y redistributivas. Mockus es un político decisionista con matices liberales, rasgos deliberativos y representativos, pero al final un pegagogo autoritario. Hoy es más que los candidatos uribistas, y eso la ciudadanía lo está entendiendo a fuerza de actos, imágenes y discursos. Entre más noticias significativas produzca, la dupla Mockus-Fajardo puede marcar una ruptura histórica frente al bipartidismo, frente al uribismo y, en concreto, frente a la guerra. Pero le faltan ideas e imaginación. Considerando a Santos y Sanín, Mockus, de los tres, es el más político pues ha sido electo dos veces Alcalde de Bogotá. Santos y Sanín, ninguno de los dos, saben, hasta ahora, lo que es ganar una corporación pública o vencer en una elección popular.

Mockus, está con posibilidades reales de pasar a la segunda vuelta presidencial, pero para ganar la presidencia debe ser un hombre osado y astuto, no un Alcalde, no un Rector, sino un hombre nacional. ¿Lo logrará?