Paris, 1968

domingo, 28 de febrero de 2010

IDEOLOGÍA Y DISCURSO URIBISTA

El uribismo ha sido una ideología. Como toda ideología es una representación del mundo. Una identidad colectiva en tanto fuerza material. No la única ideología, pero sí la hegemónica durante los últimos ocho años en Colombia. Dicha representación se hace manifiesta a partir de instituciones sociales y prácticas articulatorias que son también realidades históricas, significaciones imaginarias sociales y discursos concretos. La política es uno de estos discursos, el más estratégico pues es el que articula hegemónicamente a la sociedad, le da sentido, validez, identidad y orden, bajo un régimen que en el caso colombiano es excepcional por el conflicto y presidencialista por el caudillismo.

El uribismo es un discurso, una identidad, y los signos que le dan vida como ideología popular son cuatro realidades históricas que cobran unidad en cabeza del Presidente de la República: las Fuerzas Armadas, la religión, la familia y la propiedad privada. En ese sentido el uribismo es una ideología conservadora, moralizante y tradicional que articula grupos, sectores, organizaciones, clases sociales e individuos. El uribismo así pues representa y sintetiza lo que es la historia de Colombia: un país que no es liberal, ni laico, ni civilista.

Las cuatro instituciones citadas se integran a partir de la representación, de los significantes vacíos y flotantes, de los imaginarios y de las significaciones presidenciales de Álvaro Uribe. Por eso se dice que es un líder populista pues articula un discurso que dirige las Fuerzas Armadas, se sirve de la religión, defiende valores familiares y asegura la propiedad privada en su concentración, usufructo y disfrute. Álvaro Uribe es un discurso que hace de la política y de lo político un espectáculo de significantes vacíos y flotantes, y de significaciones populistas. 8 años de Gobierno dan prueba concluyente de ello. El Estado de Opinión quiere decir en este caso significaciones, imaginarios, representaciones: FF. AA., religión, familia, propiedad privada. En una palabra, una ideología, un antagonismo.

En el gobierno de Álvaro Uribe la religión como fuerza espiritual es moral y moralizante, las Fuerzas Armadas es el poder coactivo que limita el espacio de las libertades, la familia es una doctrina que normaliza a los individuos, y la propiedad privada es una institución salvaguardada en la defensa egoísta del buen ciudadano. El uribismo es un discurso que articula estas cuatro realidades y en consecuencia es un imaginario social y nacional: conservador, moralizante y tradicional. Un poder paternal y hacendatario.

Devoto creyente, virtuoso comandante, ejemplar padre y próspero hacendado hacen a Álvaro Uribe Presidente. Este es todo su poder. El Estado de Opinión le da vida a estas cuatro prácticas caudillistas y las proyecta en el tiempo como ideología política nacional. Pero ellas como instituciones que son, con significantes, significaciones, identidades e imaginarios sociales, están jerarquizadas bajo una política que representa orgánicamente al uribismo: la seguridad democrática nacida en los fragores marciales del proceso de paz con las Farc. Con la seguridad democrática se defiende la propiedad privada para con ello gobernar las almas y por ende, a los individuos en sus intereses privados. Con la Seguridad Democrática se construyó un imaginario antagónico. El uribismo es una suerte de teología política. Y los uribistas unos teólogos de la política.

La ideología uribista defiende con la seguridad democrática la propiedad privada contra sus enemigos. Esa es la clave articulatoria e identitaria de los ocho años de Uribe como Presidente; ella da el sentido de su éxito como líder populista. La representación del mundo y las identidades colectivas que vende el Estado de Opinión se levantan no sobre la distribución, reparto y democratización de la propiedad privada, bien lo sabemos, sino sobre la idea de que la misma no se modificará ni se hará extensiva a todos los desheredados de la ciudad y el campo, que son millones, por no decir la inmensa multitud. En consecuencia, la economía política del uribismo está en la defensa de la propiedad privada. Esa es su fuerza articulatoria e identitaria. Su significante vacío es la seguridad y su significante flotante es la propiedad, por algo este es un país de patricios y propietarios.
Con el fallo de la Corte Constitucional que hunde la reelección presidencial se asiste a un escollo político significativo, decisivo: el líder construido en 8 años de Estado de Opinión dejará de articular el discurso de la seguridad democrática. Pero ésta como ideología, dice el Presidente, debe reelegirse no importa que quien la haya representado no la pueda comandar después del 7 de agosto.

El problema está en que Álvaro Uribe articula un populismo que ninguno de sus aliados políticos puede representar pues como Presidente se sirve de una ideología que le da sustento y verdad al poder político con el que nació y que lo define: la institución de la hacienda. Y la hacienda es un orden conservador, moralizante y tradicional, pero en lo fundamental, hegemónico. Es decir, una institución coactiva, religiosa, familiar y defensora de la propiedad privada. Uribe se sirve del espectáculo y del poder de la palabra para hacer de dicha institución su identidad política articulatoria. La política también está hecha de intereses materiales, cosa que se olvida, y ninguno de los líderes uribistas es hacendado ni lo será: representan otras instituciones, otras fuerzas e identidades colectivas: el comercio, la industria, las finanzas, la minería, etc. Ninguno puede construir un discurso antagónico como Uribe lo ha hecho.

La Corte Constitucional no limitó, dicen los uribistas, el Estado de Opinión ni menos la Seguridad Democrática, sólo dejó por fuera, decimos, al articulador de la ideología, su líder. El drama está en que sin Uribe como líder hegemónico no hay populismo presidencial y por ende Estado de Opinión. Sin Uribe no hay discurso. Ni Santos ni Vargas Lleras ni Arias ni Sanín, todos ellos conservadores, moralizantes y tradicionales, no son populistas, ni menos hacendados; ninguno de ellos puede articular el discurso hegemónico e identitario de Uribe. ¿Podrá haber Seguridad Democrática sin Estado de Opinión tanto como ideología sin articulador? La respuesta, según el orden de las significaciones, significantes, representaciones, identidades e imaginarios del discurso hegemónico aquí consignados, es que sin institución, sin articulador, no hay ideología, no hay unidad. Sin populismo no hay uribismo, lo que es tanto como decir, sin hacienda no hay Seguridad Democrática. Esta es la verdadera encrucijada de Uribe.

En conclusión, la Corte Constitucional no sólo hundió la reelección presidencial por vicios de trámite e irregularidades de fondo, sino la ideología que la sustenta y le da vida política pues su líder no será más el articulador caudillista: el uribismo está herido de muerte. El 7 de agosto, imaginamos, inicia una nueva ideología, una nueva lógica hegemónica articulatoria, un nuevo antagonismo, sin Uribe aunque con uribismo. Acaso más conservadora, tradicional y moralizante, dicha ideología no será ni puede ser popular ni caudillista.

El Estado de Opinión ha dejado de existir.

*Grupo de Investigación “Presidencialismo y Participación”. Profesor de la Universidad Nacional de Colombia.

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