Juan Carlos García
Grupo de Investigación Presidencialismo y Participación
Profesor de la Universidad Nacional de Colombia
Proyecto Autonomistas Colombia
http://sociedadautonoma.blogspot.com/
“La oligarca rebelde nos pone en contacto con la evolución del poder en Colombia a partir de 1946”, José Gutiérrez, Prólogo, p. 12.
“Recuerdo su rebeldía que a los 71 años permanecía inquebrantable, la fuerza de su espíritu y su voz altiva repitiendo: «Mientras exista miseria en Colombia, no hay discurso que valga»”, Maureén Maya Sierra, Presentación, pp. 18-19.
UNA MILITANTE POLÍTICA
La periodista Maureén Maya Sierra le da voz a una mujer poco conocida en un libro aún menos conocido que registra “la historia no contada de Colombia”: La Oligarca Rebelde (Debate, Bogotá, 2008). Esta es, como se advierte, una lectura de la historia del país contada por María Mercedes Araujo de Cuéllar, quien se llama a sí misma “oligarca”. Lo que hace atractivo al libro no es su relato histórico ágil, dinámico y crítico, como que el mismo se funde con la vida de la entrevistada-protagonista, hasta el punto de desaparecer el género al que pertenece, y del cual tiene el lector al final de sus páginas la prueba manifiesta de un recorrido no sólo por la historia política de Colombia desde 1946, sino por “la familiaridad del poder”, y lo que es más importante, por el cuestionamiento y modificación radical del mismo. Una crítica del poder político y del poder religioso en Colombia, esa es la gran lección que nos presentan las vivas palabras de María Mercedes.
El libro nos habla de la utopía, es decir de la democracia, y cómo conseguirla en este país trágico, donde todo ha cambiado para seguir siendo “peor” con el gobierno de Álvaro Uribe. Para comprometernos con las luchas políticas, previamente hay que responder la pregunta central del libro: ¿qué hacemos con Colombia? María Mercedes enseña a reconocernos en la historia y no olvidarla, paso previo para tomar partido y volver a la memoria que muchos han querido borrar, maquillar, ocultar o violentar. Si no sabemos de historia no sabemos de política, y si de política hablamos es mejor ver que lo social es el mayor problema de Colombia. Y en esa misma historia, María Mercedes va soltando las claves de su vida como militante política: uno, el diálogo es la tarea más importante para combatir la exclusión política y la injusticia social; dos, el Estado colombiano sólo dialoga mediante presión; tres, las condiciones de miseria y de injusticia son impuestas por la oligarquía, y cuatro, es necesario un proyecto político de izquierda radical y democrática en Colombia.
URIBE, UN DICTADOR POPULISTA
Gerardo Molina, el candidato de Firmes para la presidencia de la república en los años ochenta le presentó a Álvaro Uribe: “María Mercedes, te presento a Álvaro Uribe, el futuro de la izquierda democrática en Colombia”. María Mercedes recuerda: “no me despertó ni simpatía”. Sin embargo, para la campaña presidencial de 2002, lo tiene en su casa de Santa Ana, a petición de un amigo, donde el candidato explicó cómo se había convertido en un hombre de derecha: “había comprendido que en Colombia se necesitaba orden, autoridad, fortaleza institucional, y, sobre todo, mano dura”. Al finalizar la reunión la anfitriona le dijo a su interlocutor: “Álvaro, lo que usted propone es que la sociedad abandone todo compromiso ético y opte por vender la vida (…) A matar que el Gobierno paga, a delatar culpables o inocentes que el Gobierno paga. Por Dios!!!”. “Para Uribe el principal problema de Colombia era la existencia de las Farc”, así desconocía las causas históricas y políticas de un conflicto histórico. Desde entonces, la ética de María Mercedes toma partido: debe oponerse como sea al proyecto uribista.
Uribe, dice la autora, “prefiere la sumisión al poderoso, y la represión del débil antes que el diálogo franco”. Por eso al terminar la velada María Mercedes, que ha escuchado de Uribe que la pobreza no representaba problema social alguno, lo despide en la puerta de su casa como opositora: “Mi querido Álvaro Uribe (…) tenga la absoluta certeza que me jugaré el resto de mi vida en contra suya. Todo lo que yo pueda hacer en contra de sus ideas lo haré”.
“Lo que más le critico a Uribe es su falta de sensibilidad social, su incapacidad para ver la miseria colombiana”, recuerda María Mercedes. Y sigue anotando: “Uribe en la presidencia es el claro resultado de un proceso de degradación nacional que no se inició ayer sino que se viene gestando desde mucho antes de su nacimiento”. Más adelante nos dirá que es un “régimen mafioso”. Y de ese “régimen mafioso” glosa en términos históricos para compararlo con lo que ella ha vivido: “hoy estamos en lo que estamos: reviviendo el año 49 pero llevando a su máxima y más sangrienta expresión”. Y en esa historia de seis décadas, en ese abismo social violento, también se registra “el levantamiento de los oprimidos”. Esta es una guerra, y en ella “no hay memoria”, pero María Mercedes sigue recordando, sigue dando lecciones hasta propugnar por “un verdadero pacto social”. Sus palabras van dirigidas a sus nietos, para “que entiendan cómo los hechos del pasado formulan este presente, y cómo seguimos arrastrando ese legado de muerte y derrota, sin dar opción a las salidas creativas que varias fuerzas democráticas vienen proponiendo. Seguimos viviendo bajo una concepción bipartidista aunque se hable de pluralismo”.
De Uribe ha tomado distancia desde el comienzo, al que considera un hombre que ha revolucionado la dominación política. “La relación del pueblo con la Casa de Nariño también la cambió Uribe (…) Es un peligro; Uribe es la más fiel representación de un dictadura populista”. Uribe se debe, piensa ella, a las FARC: “Si ellas se acaban se la acaba el discurso a Uribe”. La guerra pues hace a Uribe.
UNA TRISTE OCLOCRACIA
Desde antes del Bogotazo de 1948 “la clase dirigente de Colombia encuentra luz verde para hacer lo que le venga en gana”. La consecuencia fue la guerra, porque democracia no ha existido. “¿Cuál libertad, cuál democracia?, por Dios, aquí no hemos sabido lo que es la libertad ni la democracia; lo nuestro no pasa de ser una triste oclocracia”. Para María Mercedes, la gran mentira y su gran desencanto político fue el “pacto de exclusión” del Frente Nacional, el cual “afianzó un modelo oscuro de sostenimiento de la oligarquía en el poder”, pacto que sigue existiendo.
Gaitán, recuerda ella, según la oligarquía había que asesinarlo: “Gaitán, además de negro, ponía en jaque al Establecimiento (…) con Gaitán había llegado el momento de hacer un cambio de clases en el poder, pero la oligarquía en asocio con otras fuerzas oscuras no lo resistieron y decidieron asesinarlo”. “Con el tiempo comprendí su grandeza, su capacidad para interpretar el sentido popular y expresar con absoluta convicción lo que clamaba el corazón de ese pueblo pisoteado, ignorado y siempre mancillado por las oligarquías. Ya adulta supe que Gaitán fue una esperanza truncada”. De ahí María Mercedes saca una lección histórica que no se agota en el 9 de abril de 1948: “La muerte de Gaitán indefectiblemente partió en dos la historia del país (…) porque con el homicidio de Gaitán la dirigencia de este país comprendió que podía asesinar a sus opositores con absoluta impunidad, que de ahí en adelante tenían garantizado el completo control del poder y del Estado porque cualquier fuerza disidente, contraria a sus mandatos de dominación y exclusión podía ser fácilmente eliminada y todo volvería a su cauce de normalidad. Lo aprendieron y desde entonces no han dejado de practicarlo”.
Entonces es cuando nos lanza una frase más histórica: “Colombia no conoce lo que es vivir en paz, nunca lo ha sabido, y me temo que durante otro largo tiempo tampoco lo sabrá”.
ROJAS, EL PACIFICADOR
Para muchos Gustavo Rojas Pinilla es un “dictador”, para otros es un líder popular. María Mercedes recuerda ese proceso pues en su barrio se gestó la subida y derrocamiento del “dictador”: “A Rojas lo convirtieron en Presidente porque era urgente realizar un cambio inmediato, el odio liberal conservador nos estaba acabando y con el nuevo gobierno se pondría fin al sanguinario gobierno de Laureano Gómez”. Pero llegó un momento en que Rojas no sirvió más, y fue justo cuando el gobierno militar empezó a hablar de la Tercera Fuerza, Asamblea Nacional Constituyente y la reelección presidencial. “Cuando el gobierno comenzó a hablar de la Tercera Fuerza, a invitar peronistas y sindicalistas que según la Iglesia estaban influenciados por el socialismo, se produjo el distanciamiento”.
La iglesia y la oligarquía son los artífices de la caída de Rojas. “El 10 de mayo de 1957 todos los muchachitos de la oligarquía, como siguiendo un guión, madrugamos a la plaza de Bolívar para presenciar su caída. Acudimos en nuestros suntuosos carros, muy altivos y elegantes (…) las juventudes oligárquicas de Bogotá, lo íbamos a tumbar sin disparar un solo tiro. Hasta Laureano Gómez, el más malo de los malos, desde el exterior se sumaba a nuestras voces y pedía libertad de prensa que él mismo, bajo su sanguinario gobierno, había desconocido”. Sin embargo, “el pueblo quería a Rojas”. Y fue la oligarquía quien lo tumbó: “¡El Frente Nacional ya estaba definido mientras los jóvenes nos creíamos adalides de un nuevo país! Si algo hay que reconocerle a nuestra oligarquía es que ha sido más maquiavélica que ninguna otra”. El real poder político y económico preparó así el Frente Nacional, la oligarquía.
LA OLIGARQUÍA NARCO
“La oligarquía siempre ha estado de un lado: del propio, defendiendo sus propios intereses, salvo algunas excepciones. Yo entiendo por oligarquía aquella clase ligada desde siempre al poder político y económico de un país; familias que tradicionalmente han ostentado ciertos apellidos y riquezas que los sitúan en la cúspide de la pirámide social. Y aunque a veces no exhiban gran riqueza material, son el poder real en una sociedad (…) El oligarca en sus connotaciones se asemeja a la nobleza o la aristocracia de los países donde existen las monarquías; porque el oligarca no se hace, se nace oligarca y esta condición se hereda. La burguesía es otra cosa, porque se refiere más a sectores que adquieren cierto poder económico y a veces logran intervenir en las esferas del poder político, pero es un poder adquirido no heredado, no tiene que ver con la estirpe, con la cuna, con los apellidos”. Esta clase social que María Mercedes define, se contrapone relativamente a otra, que ella llama “el nuevo rico”: “los Mancuso y los demás”. Ellos “jamás serán de la oligarquía, de hecho siempre serán mirados con cierto desprecio”.
La oligarquía en Colombia ha sido de derecha, ultraconservadora, católica. Uribe representa a la nueva clase social, no oligárquica: “también hay una oligarquía que no se pasa a Uribe, que lo ve como un arriero paisa, un culebrero embaucador, involucrado en temas muy turbios y desagradables, pero que se debe sostener por el bien del país, porque una revuelta popular sería peor”. Esta realidad se da en un contexto en el que las ideologías no existen: “ya no sabemos quién es quién y en dónde se ubica realmente”. Y en ese no saber lo que sí existe es una nueva clase en el poder, “oligarquía narco”: “la de los grandes capitales, la que se alimenta y convive con el paramilitarismo, la de la ostentación”. Uribe pues ha “revolucionado y potenciado nuestra tradicional violencia”, porque hay una nueva clase que lo sostiene. Y con la violencia, con esta “guerra sucia” ha nacido una cultura: “el ser delincuente da fama y estatus”. Con Uribe desapareció esa oligarquía tradicional, histórica, bipartidista, “y se subió otra que es mucho peor”.
Uribe es la respuesta siempre esperada de ese sector madurado durante décadas. “Colombia es el resultado de una escuela política del cinismo que se inicia con Misael Pastrana, se afianza con Turbay, se reafirma con Ernesto Samper, se legitima con Andrés Pastrana y se convierte en ley natural con Uribe. Gracias a las gestiones de todos ellos, hoy podemos afirmar que Colombia es un Estado mafioso, y esto no significa que todos los colombianos seamos narcotraficantes”. Hay pues un gran cambio histórico: “la mafia hoy en día tiene Estado y poder político”. La realidad del Estado mafioso se ha dado con el paso de los últimos gobiernos y al final se consolidó, piensa María Mercedes: “por eso Uribe y las mafias en el poder son lo más natural que pudo sucedernos”.
La conclusión no puede ser más problemática: “Ya no estamos ante una sola oligarquía, excluyente y despiadada, que vela por sus intereses más inmediatos; hoy tenemos una a la que le escalofría el proyecto de Uribe, otra que lo defiende visceralmente y otra que sin serlo, se impone desde la corrupción, como tal”. Ante esa perspectiva crítica, urge defender la vida, encarnar la oposición de izquierda a ese proyecto narco-paramilitar.
YO SOY UNA MUJER DE IZQUIERDA
Conocer a Camilo Torres, su primo, la marcó en su compromiso social, en su vocación humanista, en la necesidad de un cambio social radical a partir del diálogo, en el trabajo con los más pobres: “Jesús había sido un pobre en medio de pobres”. Camilo enseñó una verdad aún vigente: “comprendía que las condiciones de miseria y de injusticia impuestas por la oligarquía en Colombia podían y debían cambiar, es decir, la pobreza y la exclusión en Colombia no eran un designio celestial”. Con él creó la Casa de la Paz, donde podían dialogar los sectores antagónicos. Y la Casa de la Paz era su propia casa en el barrio Santa Ana. En Colombia nunca ha habido diálogo, por eso es necesario propugnar por un espacio neutral. “Con las FARC jamás se ha dialogado, se han producido intentos de acercamiento con fines de doblegación total”.
María Mercedes viene de una familia liberal, cercana a los presidentes liberales, pero su vinculación con la izquierda no tiene los colores del liberalismo, sino de su ingreso en la Universidad Nacional a estudiar sociología con Eduardo Umaña Luna: ”Desde ahí empiezo a vincularme con la izquierda”. En las clases de Umaña se reconoce como miembro de la oligarquía que pactaba el Frente Nacional y su sensibilidad social, el conocimiento descubierto en las aulas, hace que cambie su vida y toma partido. Entre 1967 y 1971 se va de Colombia pues no quiere tener hijos oligarcas: “no quería que fueran hijos de papi y que se acostumbraran a las indolencia de nuestra clase”. Por ese tipo de actitudes, y sus luchas políticas en pro de sectores sociales subalternos, María Mercedes, fue catalogada y señalada como una “traidora” de clase.
En Colombia la “clase política” es responsable de la violencia y del paramilitarismo. Con el asesinato de Gaitán el 9 de abril la violencia paramilitar se inauguró y llega hasta el presente bajo otras formas. De la policía política se pasó a los chulavitas y luego a los pájaros hasta que el “paramilitarismo fue legalizado con vigencia transitoria. Posteriormente, mediante la Ley 48 de 1968 se adopta de forma permanente. El Estado impulsa la creación de grupos de autodefensa entre la población civil”. Y después hubo más. Desde 1991 con la Estrategia Andina y el apoyo de EE.UU y el Ministerio de Defensa, “el paramilitarismo (se) configura ya desde aquel entonces como una política de Estado”.
“Hoy el enemigo a combatir es el PDA”, como en los tiempos de 1949 cuando la oposición liberal era exterminada siendo catalogada de apátrida y aliada del comunismo. Esa es “la amenaza terrorista que todo el país a la sombra de Uribe debe combatir”. Uribe se ve desde algunos púlpitos como el “salvador nacional”, reeditando con ello tristes épocas: “seguimos en las mismas, los políticos de siempre continúan gobernando”, piensa María Mercedes. Colombia sólo cambia para ser “peor”, más violenta.
María Mercedes estuvo en la conformación de Firmes, en diálogo con integrantes del M19, del ELN y la FARC. Una mujer comprometida con la causa democrática. Su casa es un lugar de diálogo: “Álvaro Uribe viene a mi casa porque soy de la oligarquía y por mi tradición política de familia, a ver qué pesca, Pizarro viene porque en esta casa de la oligarquía se abrazó su propuesta de paz y aquí encontraron refugio, amistad y solidaridad varios integrantes de su agrupación”. María Mercedes, es pues una voz autorizada para relatar la “familiaridad del poder” y cómo la oposición ha sido diezmada o eliminada de plano: la Unión Patriótica y sus líderes, el M19 con Carlos Pizarro, Ricardo Lara.
LA ESPERANZA ASESINADA
En los años ochenta soplan vientos de diálogo nacional con Betancur y Barco. Sin embargo, los cambios son aplazados y los lideres populares asesinados en seguidilla, porque otra verdad se impone: “todo líder, venga del pueblo o no, que aglutine mayorías, de inmediato es asesinado incluso antes de que logre trascendencia o notoriedad”. “El respeto que despertaba Jaime Pardo Leal entre la gente no tiene paragón, además de ser un hombre absolutamente cálido era brillante, qué inteligencia la de Jaime; yo tuve la fortuna de tenerlo en casa y quedé impactadísima. También recuerdo a Bernardo Jaramillo Ossa, que era otra lumbrera, a Manuel Cepeda y José Antequera, hombres poseedores de una integridad y una capacidad de entrega inquebrantables, que no podían ser cooptados de ningún modo (…) El magnetismo de Pizarro, por ejemplo, es inolvidable, la gente se moría por tocarlo, por conocerlo (…) la fascinación que despertaba Carlos Pizarro no se la he conocido a nadie en la vida”.
Como Colombia no conoce la historia no recuerda que la oposición en Colombia ha sido asesinada, cuando ella busca diálogo y vías legales. “Cuando Guadalupe Salcedo contaba con la capacidad logística necesaria para tomarse Bogotá, el Gobierno decidió negociar con él y después lo asesinó en un claro crimen de Estado que por supuesto, quedó en la impunidad”. Y así ocurrió porque este es “un Estado represivo y violento”: “quienes pactan con el Gobierno se atienen a las consecuencias”. Lo contrario le pasó a Manuel Marulanda: “fue el guerrillero más importante en la historia de Colombia y eso no se puede desconocer (…) es innegable que su permanencia en la lucha es meritoria; fue un hombre consecuente hasta el último día de su vida, un campesino hecho a pulso que nunca se vendió ni se traicionó. Eso no se puede olvidar”.
Andrés Almares fue integrante del M19, asesinado en la retoma del Palacio de Justicia en 1985 y asiduo visitante de la casa de María Mercedes donde se escenificaba el diálogo nacional. “Andrés era un tipo extraordinario; era un sindicalista convencido, un hombre de grandes convicciones, de amplia cultura, nunca lo vi como un guerrillero sino como un ser político, muy ANAPO, es que realmente era muy ANAPO. Había estudiado derecho en la Universidad Nacional”. “El Andrés que yo recuerdo era un apasionado por la vida, un hombre muy talentoso, amoroso y sobre todo, muy inquieto intelectualmente. Durante un par de años, nos vimos por lo menos cinco veces a la semana”. Con él María Mercedes pensó que la utopía era posible, que el diálogo era una realidad: “yo tenía en mi casa a toda la plana del M19”. “Para mí el M19 era algo romántico, robinjudesco y maravillosamente absurdo, yo me reía mucho con sus historias”. El M19 fue el sueño más cercano de una “revolución social”, pues tenía una clara “propuesta democrática nacionalista”.
Pero el M19 también desapareció con el asesinato de su líder en 1990: “lo que despertaba Pizarro no lo he conocido en nadie más”. Después, cuando la izquierda legal es arrinconada o eliminada se empieza a consolidar la estructura mafiosa, “narco para”, esa nueva clase social que se corona con el proyecto derechista de Álvaro Uribe.
LA UTOPÍA POSIBLE
Para finalizar sus lecciones históricas, María Mercedes no olvida aquello que pocos saben: “Siempre fue claro que esta gente, la oligarquía y el poder político, no han querido un diálogo”. Y como no han querido un diálogo, hay que presionar para que ocurra. “Nuestra eterna historia, sino es bajo presión, ni mediante acciones de hecho, el Gobierno no cede y no dialoga”. La historia de las últimas décadas es el registro de diálogos truncos, fracasados, traicionados.
Para María Mercedes, el diálogo es la herramienta más radical que existe en la izquierda, pues la derecha no dialoga. Y hablar de diálogo es defender la vida, en este país que es ya una “enorme fosa común”. “No se puede ser neutral ante la muerte, se tenía que ser extremista, se debe ser extremista cuando de defender la vida se trata”. Hoy el diálogo con Uribe sólo es posible bajo presión: “con Uribe se coronó el proyecto paramilitar y mafioso que desde hace décadas venía en escalada”. Según, la autora, “hay que oponerse a su Gobierno al precio que sea”, y presionarlo a dialogar.
El Polo Democrático puede ser el abanderado de ese diálogo nacional, pero tiene que ser, como se ha señalado, extremo con sus propuestas: “El PDA se tiene que liberar, romper con la estigmatización mediática para poder jugar política y socialmente con propuesta aguerridas. Necesitamos un partido atrevido, que se exponga a la polémica, que genere noticia y le dé vuelo a su imaginación”. Sobreviene una pregunta: “dónde está la izquierda comprometida con el pobre, ¿dónde está?”. El PDA está en ese sentido “muy lejos del pueblo”. No podría presionar a favor del diálogo, no podría ser un interlocutor que le reste poder al proyecto narco-para que gobierna Colombia.
“Es necesario que realicemos esfuerzos por restaurar la democracia, por eso debemos develar por todos los canales disponibles la realidad que el Gobierno pretende ocultar, convertir en hechos noticiosos las luchas de la gente y formular alternativas posibles; el Polo tiene con qué, pero tiene que asumirse como lo que es y puede llegar a ser”. Y la primera tarea, la más inmediata es no seguirle a Uribe: “el PDA tiene que darse cuenta que le está haciendo el juego a Uribe en su divorcio con las Farc”. Pero esa “colcha de retazos” que es el PDA necesita “comprometerse con las bases sociales”. “La dirigencia política de este país debe ser cuestionada no venerada, la oligarquía debe comprometerse, no escabullirse, y la iglesia debe examinarse a fondo para responderle al país”. Y con Uribe, dice María Mercedes, hay “una política de más guerra”, a la cual hay que oponérsele al precio que sea, porque está en juego la vida.
La salida en pro de la democracia es la lucha política por fuera de la violencia. Por ejemplo, las FARC son inviables en Colombia, porque según la autora, “estamos ante una guerrilla torpe políticamente que no sabe aprovechar los escenarios internacionales y terminan por jugar en contra de sí mismas. Históricamente el peor enemigo de las FARC son las mismas FARC”. Y las FARC le hacen el juego a Álvaro Uribe.
María Mercedes propugna por una revolución democrática: “Cuando hablamos de reformas de fondo, no estamos diciendo que se deba mejorar el orden existente, sino que éste debe ser modificado radicalmente, sustituido por otro”. Un real Estado Social de Derecho, dice ella. Esa es la utopía siempre buscada: “sólo a través de una izquierda poderosa y comprometida lograríamos los cambios que el país requería”. La izquierda no puede vivir “a la defensiva”, pues la posición que se debe mostrar es “antinarco”, hay que pelarle a la “fuerza narcopara”. El reto es también construir nuevos valores, una nueva concepción del mundo: “a la gente no hay que apoyarla en su odio ni decirle lo que quiere oír, hay que contarle lo que no sabe, lo que no se puede olvidar y hay que repetirle lo que no desea escuchar”. La utopía aún es posible.
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