Paris, 1968

viernes, 25 de junio de 2010

José Saramago, la mirada del escritor

En la historia mundial de las letras, el apellido Saramago será recordado como aquel que le dio el primer nobel de literatura a Portugal en 1998. Y si avanzamos en las precisiones que nunca faltan, también fue el primer nobel en lengua portuguesa, contando esa vasta y maravillosa literatura del Brasil, aún sin premiar. Pero Saramago, es un apodo, un sobrenombre, un mote con el que quisieron, y a fe que lo lograron, distinguir y menospreciar al papá de José de Sousa. Sin embargo, para paradojas, está la vida: ese niño también fue bautizado con el nombre del padre, pero de él no heredó propiedades, honores o distinciones, pues no las tenía en su haber como policía pobre que fue, a no ser el apellido que en realidad es un apodo, desconocido para muchos, pero desde 1998 laureado con un nobel de literatura más que merecido: Saramago.

Alguna vez José de Sousa, nacido en un pueblo perdido en la provincia de Portugal, Azinhaga, “el culo del mundo”, según dijo, ese hombre que llegó a ser nobel tardío de literatura a los 75 años, el niño delgado y entristecido hecho hombre de letras, el autodidacta amante de las bibliotecas públicas, el enamorado de Pilar del Río su traductora al castellano, aquel que venía de una familia de campesinos iletrados, pobres y sin perspectivas de progreso alguno, el niño que nació reconociéndose en la explotación de sus mayores que no tenían ni baño en un hogar que es mucho llamar casa, ese mismo que recibió las burlas de sus familiares cuando lo oyeron leer sus primeras frases en alguno de los periódicos viejos que sirven para todo menos para aprender a leer, dijo en una de sus novelas: “Lo que no es literatura es vida”. Porque para él, su vida misma no era literatura. Otra cosa pensamos sus lectores, ayer asombrados con su imaginación literaria, orgullosos con su creación humana y su sensibilidad como ciudadano, pero hoy entristecidos con su partida, esperada, es cierto, por eso mismo lamentable y dolorosa. Definitiva.

Ha muerto un amante de las letras, gran lector y entusiasta novelista que llenó con su creación artística las horas y los días de quienes queremos encontrar, y a veces encontramos, explicaciones al mundo presente, a sus absurdos o a sus desesperanzas, desde la poesía, las novelas, el teatro, los cuentos, los relatos personales, los artículos de prensa. Saramago transitó esos mundos y entre las páginas de sus 30 libros nos enseñó a mirar la realidad con los ojos del que pregunta, con la mirada de aquel que no se calla ante los horrores del mundo, incluso con 87 años no pensaba dejar la pluma. Él no escribía, miraba. Y su mirada no sólo cuestionaba este mundo de injusticias, mentiras y violencias, sino que creaba una sensibilidad especial para que los lectores nos diéramos cuenta de que existe el sentido común de las cosas. Ese que no vemos, ese que nos haría espantarnos de lo que somos: seres crueles, indiferentes, insociables…

Para Saramago todas las cosas nos ven, así nosotros no lo advirtamos. Todas las cosas de la vida y de la muerte ocupan un lugar en el mundo de los hombres, el problema está en que somos ciegos o vivimos en cavernas que llamamos ideologías de las que nunca salimos como en el mito platónico. Nuestra identidad está siempre en cuestión y no somos conscientes porque no queremos saber lo que somos, y menos queremos abrir los ojos para cambiar de mundo. Saramago como artista que fue escribió para mirar. Su mirada era la del ciudadano que pensaba, analizaba y cuestionaba este orden de cosas, esta realidad capitalista en el que no se hallaba ni se reconocía, y en el que, por supuesto, tomó partido a favor de los explotados. Él que era, toda la vida lo fue, un hombre de izquierda, como tal vez no ha habido nobel de literatura.

Se ha ido un escritor político, un hombre que se hizo a sí mismo, aquel que no perteneció a ninguna escuela literaria y que menos quiso fundar alguna. Ejerció el libre pensamiento como su conciencia de ciudadano autónomo se lo dictó, asumiendo sus costos, los que para un escritor se resumen en la censura y el silencio de los editores, por algo vivió y murió en Lanzarote, España. Consecuente con su pensamiento de izquierda, con su pasado como obrero explotado, con su admiración por Marx, como hombre inscrito en la gran división social del trabajo tomó partido desde muy joven por el ateísmo y el comunismo en plena dictadura de Salazar, del cual hay un cuento extraordinario en Casi un objeto.

Su lucha como artista, como escritor, como ciudadano fue contra las ideologías que se declaran a sí mismas eternas, únicas, absolutas. Sus novelas así lo revelan: La caverna es una reflexión sobre las miserias del capitalismo; El evangelio según Jesucristo es un ensayo sobre el nacimiento del cristianismo como relato histórico; Levantado del suelo es un cuestionamiento del latifundio y del campesinado explotado; El ensayo sobre la lucidez es una novela sobre el poder de la autonomía individual y colectiva en un país donde la política es una mentira que se cuenta con votos; El hombre duplicado es una reflexión sobre la falta de identidad del hombre moderno; Las intermitencias de la muerte es una discusión sobre el poder del amor frente a la muerte; El ensayo sobre la ceguera es una lectura de la crisis de la razón humana para explicar y transformar el presente. Y así muchas otras, como Manual de pintura y caligrafía o Historia del cerco de Lisboa, obras donde refrenda el valor de la palabra escrita y su poder no advertido: todo se puede cambiar.

Se extinguió ese elefante de la literatura, José Saramago, y el mundo de las letras ha perdido un pensador inigualable, un filósofo de la palabra escrita, un hombre democrático, aquel que nos enseñó a mirar el sentido común de las cosas, a reconocernos en ellas y a no olvidarlas. Las intermitencias de la muerte, una de sus últimas novelas, empieza y termina con una propuesta de no olvido, como tal vez José Saramago, el maestro, el amigo, el escritor, quisiera ser recordado: “Al día siguiente no murió nadie”.

"¡No estoy de acuerdo con la guerra!". En la muerte de Darío Botero Uribe

Darío Botero Uribe ha muerto. Fui alumno de una de sus tantas asignaturas en la Universidad Nacional de Colombia y pude comprobar, como muchos de sus estudiantes, su entusiasmo por el conocimiento, por la palabra, por la vida cotidiana, por lo que él llamaba con propiedad, “la utopía”. Ha muerto un filósofo, Profesor Emérito y Maestro de la Universidad Nacional de Colombia, excelente escritor de filosofía, lúcido y sencillo: sus libros lo confirman. Sus alumnos lo atestiguamos.

Abogado de formación, se dedicó a la filosofía y como buen filósofo quiso fundar y fundó una corriente de pensamiento, Vitalismo Cósmico la llamó. En ella abogaba por la vida con utopías, porque toda reflexión filosófica empieza y termina con la vida. Por eso era un enamorado de la filosofía de Nietzsche y de Heidegger, a los cuales les dedicó sendos libros, hermosos por demás, en los que exploró lo fundamental de sus obras. Y para ambos maestros del pensamiento, alemanes eximios, lo fundamental era la vida, y en ella la creación, el arte. Fueron filósofos vitalistas, como Darío Botero Uribe, quien a su manera lo fue, y de qué forma para dicha de Colombia.

Si ahora exploro algunas de sus obras, sobre Nietzsche y Heidegger, libros que tengo a la mano, a mi mente sobreviene con cariño la imagen del maestro en el salón de clase de la Facultad de Derecho de nuestra Universidad Nacional. Voz pausada como quiera que entonces tenía una afección gripal, con bufanda y abrigo como compañeros, disertaba con sencillez sobre el sentido de la vida filosófica. El maestro reflexionaba y sus escasos 15 estudiantes de pregrado hacíamos las veces de gran auditorio expectante, lo fuimos durante todo el semestre. Era el año 1999 y la discusión se centró sobre el pensamiento latinoamericano, su preocupación por entonces, y me imagino que fue la misma inquietud que lo llevó lejos de aquí y lo acompañó en Alemania Federal cuando estudió en 1983 y 1984 ese posgrado con Jürgen Habermas que reseñan sus libros.

Ese día que refiero en el segundo semestre de 1999, el maestro Botero se enojó profundamente, porque uno de sus estudiantes en el seminario discutió con él sobre la tragedia de la guerra en Colombia; el estudiante sin mayores argumentos quiso legitimar la lucha armada a lo cual se opuso el profesor. La discusión llegó al terreno en el que las voces levantadas hasta el techo dicen más que las palabras, y el maestro abandonó con dolor el reducido salón, luego de decir para siempre: “¡No estoy de acuerdo con la guerra!”. Los que asistimos a dicha sesión en silencio le esperamos de regreso, pero él no volvió esa noche. Fue una de sus tantas lecciones honrando el silencio. Total, era un filósofo vitalista, defensor de la vida filosófica y de la filosofía hecha vida. Siempre estuvo contra la guerra, contra el poder.

“Martin Heidegger: la filosofía del regreso a casa” y “La voluntad de poder de Nietzsche”, son dos de sus libros más representativos. Pero tiene muchos otros como “Vitalismo cósmico”, “El derecho a la utopía” “¿Por qué escribo?”, pues sin temor a equivocarme, era el más prolífico escritor que tenía la Facultad de Derecho, de la cual fue estudiante y decano, y de la que ya se había, creo, retirado en silencio. Ambos autores citados son complementarios en el pensamiento del maestro Botero, siendo como son en una primera lectura, divergentes; por ejemplo Heidegger es católico y Nietzsche es ateo. Esa era una de las virtudes del maestro Botero como filósofo, la complementariedad filosófica. Darío Botero Uribe enseñó que a los filósofos se les discute, y él discutía con ellos.

Pero volvamos. En el primero de sus libros citados, propone un diálogo con Heidegger, filósofo de la vida cotidiana, pero un diálogo desde América Latina. Con Heidegger accedemos a la crítica de la modernidad, al estudio y cuestionamiento del ser y del tiempo. Se puede leer en el libro en cuestión: “Heidegger entre nosotros no ha sido comprendido críticamente”. Comprenderlo es la labor del filósofo, más cuando se piensa en un diálogo “intercultural” desde América Latina con el objeto de crear “una tradición filosófica propia”, tradición que no existe. Tal era la preocupación del maestro Botero, lo fue siempre, ahora lo entiendo. La pregunta sigue abierta: ¿Hay un pensamiento latinoamericano?

El otro libro referido sobre Nietzsche es la reafirmación de la crítica a la razón; como filósofo de la vida frente a la muerte de Dios, Nietzsche reflexiona sobre el poder de la verdad y de la historia. Según el maestro Botero: “Hay que arrancar la dominación religiosa y política de la conciencia de los dominados”. Y Nietzsche es por ello un pensador vigente con el que podemos discutir y discutimos. “Nietzsche hizo tanto por la liberación del hombre como el que más, sólo que no en el campo de los bienes, de la economía, sino en el campo del espíritu, de los prejuicios, de las concepciones y doctrinas que atenazan al hombre contemporáneo, que lo ligan al rebaño”. Este libro sobre Nietzsche es, sin dudarlo, el mejor libro de Botero pues aboga sin rodeos por la liberación de los dominados. No olvidemos su título: “La voluntad de poder de Nietzsche”.

Ser un crítico, esa fue la labor de Darío Botero Uribe. Para dicho apostolado laico como profesor, como maestro, se vistió con las prendas de la duda, de la crítica y de la reflexión filosófica, él que era un gran conocedor del pensamiento europeo, a su manera fue un hombre de izquierda, un liberador de mentes, hombre de la utopía.
Ha muerto un hombre que buscó que accediéramos al pensamiento universal, a la crítica filosófica, al saber del mundo. Que sean estas palabras una pincelada sobre el pensamiento plural, rico en matices, provocador y generoso que nos lega el maestro Botero cuando su cerebro ha dejado de pensar y su cuerpo yace eterno en el corazón de sus discípulos, amigos y familiares, quienes le conocieron y apreciaron. Ahora sus libros, la prueba de su paso por la vida, nos esperan para seguir pensando, con él y junto a él, esta contrahecha y utópica América Latina.

Adiós, filósofo del arte y de la vida.

jueves, 3 de junio de 2010

La Democracia Deliberativa de Antanas Mockus

En la entrevista que Yamid Amat le hace al candidato del Partido Verde (El Tiempo, 23 de mayo, p. 1-6) se sugieren varias directrices de lo que sería un posible gobierno deliberativo en Colombia. Mockus habla de “democracia deliberativa” al tiempo que defiende la Constitución y la ley, lo que él ha llamado en otras ocasiones, la “legalidad democrática”. En la entrevista deja ver que la “democracia deliberativa” necesita de un Estado regulador que privatiza y crea tributaciones. Un gobierno económico.

Mockus propone la “democracia deliberativa”. Sin embargo, la formalidad jurídico-política e institucional de Colombia dice otra cosa. Desde el Preámbulo y en el artículo 1 de la Constitución Política de 1991 se lee que Colombia es una República “democrática, participativa y pluralista”. En igual sentido el artículo 40 lo reconoce: el ciudadano participa en la conformación, ejercicio y control del poder político. Es decir, la Constitución consagra la participación democrática en el Estado social de derecho. En ningún sentido en la Carta Política se afirma que la democracia es deliberativa, o de opinión, sino participativa y pluralista.

Deliberar es ejercer el diálogo, entrar en el debate activo, reconocer el conflicto, cuestionar el poder; significa, igualmente, ejercer la contrastación de ideas, llegar a acuerdos colectivos, asumir la diferencia, respetar las opiniones e intereses de los otros. El recinto consagrado para ello sería el Congreso si Colombia fuera un régimen parlamentario. Pero no. Colombia es una República presidencialista. El Presidente ejerce el poder como jefe de Estado, de Gobierno y Suprema Autoridad Administrativa. Aparte de Comandante General de las FF.AA. Todo lo contrario de deliberar puesto que ejercer la presidencia es ejercer el poder. Esto es, gobernar, ejecutar, decidir. El Presidente de Colombia gobierna, decide, ejecuta. Lo dicen los artículos de la Constitución Política. El Presidente no delibera.

Si Mockus quiere deliberar debe ponerse en igualdad de condiciones que sus gobernados. Lo cual significa que el poder político se ejerza a partir de la discusión, el consenso, el debate y el cuestionando al gobernante y sus políticas. En la democracia deliberativa la verdad del poder no puede ser el poder mismo. En el contexto actual de Colombia, significa que Mockus tendría que no reconocer la Constitución Política pues en ella el Presidente decide sobre lo colectivo en tanto es el representante de la unidad nacional. Y para él decidir no es deliberar.

Para llegar a una “democracia deliberativa” Mockus tendría que modificar la Constitución Política de 1991.

Un ejercicio interpretativo de la entrevista concedida a Yamid Amat revela el cariz de la “democracia deliberativa” que propone Mockus. En realidad, lo que se advierte es un gobierno decisionista, es decir, presidencialista. Por ejemplo, el hoy candidato asume que hay que ganarle “la guerra a las Farc” sin diálogo ni negociación política. La “guerra”, no se delibera, no se discute. Tampoco se va a discutir, a problematizar, a cuestionar, la tributación, el régimen impositivo: “Hay que incrementar el impuesto de renta y el predial (…) hay que reducir la cantidad de tarifas del IVA y elevarlas”. Durante su gobierno, la carga tributaria que hoy está entre el 16 y 18 por ciento se elevará al “23 por ciento”. Por eso el título de la entrevista es contundente: “Lo digo con coraje: habrá más impuestos a los ricos”. Mockus olvida que la tributación implicó en la historia del mundo occidental la representación política de aquellos sectores, estamentos y grupos que pagaban impuestos. ¿Mockus le darás más poder político a aquellos sectores, estamentos y grupos que tributarán?

Un gobierno fuerte es un gobierno impositivo. Y un gobierno fuerte es un gobierno decisionista, o sea presidencialista que decide sobre lo colectivo y lo público. Por eso, si seguimos la entrevista publicada en El Tiempo encontramos que Mockus no sólo luchará contra la corrupción y la pobreza, también será partidario de “privatizar por ineficiencia pública”, “formar más técnicos” y menos universitarios, multiplicando, como él dice, “Senas”; privatizará Isagen, venderá el 15 por ciento de la estatal Ecopetrol para financiar la educación, reformará el sistema electoral hasta hacer “circunscripciones impersonales (distritos electorales)” y reformará la ley 100. En suma, será un Estado regulador que administra el déficit fiscal con una Presidencia decisionista. Mockus será un gobernante que es “más orden que libertad”, y en su gobierno los derechos se expresarán “presupuestalmente”. Es decir, un gobierno económico.

La “democracia deliberativa” que propone el profesor Mockus es tanto o igual al proyecto político del Presidente Álvaro Uribe con el “Estado de opinión”: una iniciativa que al administrar la crisis fiscal con un gobierno económico no se ajusta a la Constitución Política de 1991.

*Columna publicada en eltiempo.com mayo 27 de 2010

¿Mockus presidente?

En el último mes cuatro mediciones de la intención de voto han sido reveladas a través de los medios de comunicación. En todos los casos, las encuestas estuvieron precedidas de dos hechos coyunturales significativos que explican las tendencias e indican el poder mediático para las elecciones de mayo entrante.

En primer lugar está la consulta conservadora. Durante una semana el partido conservador no contó con un candidato sólido y victorioso en la consulta, hasta cuando Noemí Sanín se alzó derrotando a Andrés Felipe Arias. Luego se realizaron dos encuestas, y en ambas Sanín alcanzaba el segundo lugar, después de Juan Manuel Santos. El hecho produjo sorpresa manifiesta y entusiasmo desbordante en el mismo conservatismo que no contaba con tal nivel de audiencia, que en verdad no tienen ni pueden tener.

El segundo hecho coyuntural fue hace dos semanas con la escogencia de Sergio Fajardo como fórmula vicepresidencial de Antanas Mockus. Las dos encuestas que se conocieron en seguidilla le dan ahora un segundo lugar al partido verde, desplazando a Noemí Sanín a un tercer lugar, y conservando a Juan Manuel Santos en el primero con una tendencia a la baja. Ya en la campaña de Mockus hablan de “marea verde” y hasta de su paso a la segunda vuelta presidencial.

Que un antipolítico, un “outsider”, como Antanas Mockus sea, hasta ahora, la sorpresa electoral se explica y tiene su lógica política. No es sorpresa: es la consecuencia de reunir actos, imágenes y discursos a través de los medios de comunicación.

Primero, la alianza uribista que gobernó Colombia durante 8 años está dividida y ya no se articula a partir del discurso de la seguridad democrática. Justamente, si Uribe ganó ambas elecciones presidenciales en la primera vuelta se debió, en gran medida, a que contó no sólo con la alianza suprapartidista que veía en él a un líder de autoridad, sino que articuló un significante de seguridad democrática. La alianza uribista construyó un enemigo ante el cual se definió y contra el cual gobernó declarándole la guerra total: las Farc. Hoy este enemigo no aparece como referente del uribismo fragmentado, y pese a que las Farc aún existen y no han sido derrotadas en la guerra de movimientos, ellas no definirán la contienda electoral.

Si Santos o Sanín o cualquier otro pretenden explotar lo que Uribe explotó, no saben leer la actual relación de fuerzas. Lo que las encuestas revelan es que no será a través de la seguridad democrática como se articule el discurso del futuro presidente de Colombia. Tal verdad no la reconoce ni el propio candidato del PDA.

Así pues, el bloque hegemónico del uribismo, no cuenta con un líder carismático que una, integre y cree identidad a las distintas fracciones del partido del orden: entre más división, más posibilidades tendrá Mockus-Fajardo de pasar a la segunda vuelta presidencial. Lo cierto es que sin Uribe no hay uribismo, y de recuerdos en política no se puede vivir. Aunque las distintas fracciones encuentren antes de primera vuelta en Juan Manuel Santos al sucesor de Uribe, como aquel que encarne las banderas uribistas de la autoridad contra el “terrorismo”, el discurso de la seguridad democrática está agotado y hoy la primera preocupación de muchos electores no es la guerrilla, como la cuestión social no resuelta: el trabajo, la salud, la educación. Es decir, lo que no representa Uribe ni el uribismo. Santos está pues en el peor de los mundos.

Un segundo argumento que explica por qué Mockus es la sorpresa electoral está en su simbología. Ya hemos referido que es un antipolítico, que es tanto como decir un político no tradicional. Ni liberal, ni conservador, ni ex guerrillero, como lo pueden ser los demás candidatos opcionados. Por lo cual, a Mockus no se le puede asociar ningún caso de corrupción, escándalo político, ni clientelismo. No se le puede apostrofar haber sido samperista, pastranista, o uribista.

Es la independencia relativa de las maquinarias, de los cenáculos y su hacer político está en el voto de opinión de mayoría juvenil y citadina, como lo es su formula vicepresidencial, también profesor, también ex Alcalde. Todo ello en términos éticos cuenta a la hora de una elección, cuando ella no está signada por la guerra. Pareciera que Mockus puede articular un nuevo significante vacío, una expresión, un imaginario, que aún no se hace visible, pero que requiere para darle unidad a su propuesta política que vaya más allá del academicismo, del voto de opinión flotante de las grandes ciudades y de la juventud también antipolítica e independiente.
Mockus es un hombre de símbolos. De representaciones, de prácticas discursivas. Pero también es un pegadogo autoritario. Lo fue como rector de la Universidad Nacional y después como Alcalde de Bogotá. Lo que buscaría el electorado no es tanto eliminar la autoridad de la figura presidencial como reconocerla en otros espacios, no sólo en el de la guerra. Si Mockus es Presidente la autoridad se desplazaría de la coacción armada que representa la seguridad democrática a la coacción pedagógica de la cultura ciudadana.

Estas dos lógicas discursivas, una seguridad democrática que no es viable como eslogan de campaña y un imaginario antipolítico de autoridad pegagógica, hacen que Antanas Mockus y Sergio Fajardo encarnen una figura alterna con posibilidades reales de ocupar la primera magistratura de Colombia. Para seguir con dicha tendencia de crecimiento que se advierte en las encuestas, en los medios y en la calle, Mockus tiene que articular un discurso más social, inclusivo, y en buena medida debe distanciarse de todo lo que signifique uribismo y seguridad democrática. Para ello no debe aliarse con ninguno de los otros candidatos antes de la primera vuelta. Y en la segunda apostarle a un acuerdo programático con el PDA y otras fuerzas alternas que vertebre una nueva hegemonía.

Mockus no es el más democrático de los hombres, pues las decisiones políticas que tomó como Rector de la Universidad Nacional y como Alcalde de Bogotá en los dos periodos, no fueron decisiones colectivas sobre lo colectivo, participativas, inclusivas y redistributivas. Mockus es un político decisionista con matices liberales, rasgos deliberativos y representativos, pero al final un pegagogo autoritario. Hoy es más que los candidatos uribistas, y eso la ciudadanía lo está entendiendo a fuerza de actos, imágenes y discursos. Entre más noticias significativas produzca, la dupla Mockus-Fajardo puede marcar una ruptura histórica frente al bipartidismo, frente al uribismo y, en concreto, frente a la guerra. Pero le faltan ideas e imaginación. Considerando a Santos y Sanín, Mockus, de los tres, es el más político pues ha sido electo dos veces Alcalde de Bogotá. Santos y Sanín, ninguno de los dos, saben, hasta ahora, lo que es ganar una corporación pública o vencer en una elección popular.

Mockus, está con posibilidades reales de pasar a la segunda vuelta presidencial, pero para ganar la presidencia debe ser un hombre osado y astuto, no un Alcalde, no un Rector, sino un hombre nacional. ¿Lo logrará?

lunes, 29 de marzo de 2010

LA SEGUNDA VUELTA DE LA SEGURIDAD DEMOCRÁTICA

Las elecciones del pasado 14 de marzo revelaron dos hechos cuantificables: la continuidad mayoritaria del uribismo y la emergencia de nuevas y minoritarias agrupaciones políticas no tradicionales. Lo anterior da como resultado que la alianza suprapartidista congregada alrededor del evangelio laico de la seguridad democrática continúe su curso incierto, justamente por ser mayoría. Si consideramos previamente el fallo de la Corte Constitucional contra la reelección y lo vemos al trasluz de las elecciones de Congreso, el mismo no redujo la voluntad del electorado afecto a Uribe y, por el contrario, las llamadas justas electorales, solidificaron el coro que aboga por la continuidad del uribismo y sus frutos más allá del 7 de agosto, pese a la abultada abstención electoral y la alarmante ineficiencia de la Registraduría. El mapa político no ha cambiado.

Las principales fuerzas políticas que vieron el nuevo día con la luz de la victoria luego del proceso electoral (salvo el Polo Democrático y Mira), han sido o son (y seguirán siendo) cercanas al régimen presidencial que las acuna y que hoy está en el ocaso, no así sus políticas, no así sus escándalos. Todas ellas creen en las trompetas que derribaron las murallas de Jericó y, según la certidumbre bíblica que hace suyo el poder de lo invisible, puede haber uribismo sin Uribe.

Después del respiro constitucional que significó el fallo negativo de la Corte a Uribe, decisión que incluso fue celebrada en lejanas tierras y en publicitada misiva que Barack Obama le dirigió al afectado con el santo y seña de la felicitación, los feudos uribistas refrendaron con su voto la opción de la seguridad democrática que para propios y extraños tiene el signo de la victoria y reza desde hace ocho años: bajo este signo triunfarás. Pero la política se hace con hombres, y la política de seguridad democrática sin Uribe no es tal.

No importó que el Departamento de Estado días antes del 14 de marzo cuestionara en detallado informe de Derechos Humanos la corrupción galopante que con nombre propio, Agro ingreso seguro, no tiene como corresponde en los estrados judiciales a ninguno de sus patrocinadores y/o beneficiarios; y menos importó que en el mismo memorial salpicado de elogios y desafectos al gobierno se reconociera la violación persistente del derecho fundamental a la vida por parte del Estado colombiano. No importó: la seguridad democrática venció en las pasadas elecciones. Como quien dice, arrasó. Muchos lo siguen celebrando, como si la victoria en sí misma fuera noticia. Es claro que el país es uribista, y que dicha ideología tiene sus matices como profanos tienen los templos.

La noticia es saber quién sucederá a Uribe; si él o ella, es caudillista como aquél, tanto o más; si puede mantener la seguridad democrática sin recursos; y si ganará en primera o en segunda vuelta.

Contrario a lo que se puede creer, las elecciones de Congreso, aún no definieron la relación de fuerzas a favor de uno o de otro de los candidatos presidenciales; nadie puede decir: ecce homo. Sólo bendijo la seguridad democrática como discurso. Pero la misma es aún espíritu y vaga por el espectro de la política en busca de un nombre y un contenido que le dé forma como cuando se dice: polvo eres y en polvo te convertirás. Hoy la seguridad democrática está huérfana de líderes, aunque los aludidos se hagan pasar por tales y muchos de ellos se den puntapiés entre sí, creyéndose sus mentores, discípulos o hasta sus herederos testamentarios.

Las elecciones legislativas demostraron que la división del uribismo no está en los votos como en los líderes: hay uribismo, pero no uribistas, es decir caudillistas. Que el uribismo sea mayoría, se sabía; que la oposición al mismo no iba a contarse por millones, de necios era imaginarlo. Pero que aquéllos se dividieran más luego del primer pulso electoral, es tema de análisis. Santos, Vargas Lleras y Sanín tendrán el reto de mantener la ideología uribista en alto o atestiguar su caducidad histórica sin Uribe. Entre más el 7 de agosto anuncie su presencia inobjetable, la alianza suprapartidista coronada con la imagen de Uribe y el verbo de la seguridad democrática, tenderá a personalizarse hasta hacer posible lo imposible, llegar a la segunda vuelta electoral. Y permitir acaso que otra alianza, no uribista, con Mockus a la cabeza, se haga a la jefatura del Estado.

Hasta ahora la vacante del 7 de agosto sigue siendo codiciada y pretendida; más lo primero que lo segundo. Nada hay claro al respecto, salvo la lucha por un guiño, un asentimiento o un manifiesto y concluyente sí de Uribe. Pero ya se sabe, gracias a las elecciones legislativas, que la seguridad democrática necesita, si quiere seguir existiendo, una nueva alianza sin Uribe. Entre más demore esta alianza suprapartidista en tener líder único, jefe como se dice en el argot subalterno, más certidumbre habrá de una segunda vuelta electoral en ausencia de aquel que ganó sus dos consecutivas presidencias en primera vuelta. Uribe era un caudillo populista, era un programa, y sus ocho años de gobierno lo confirman. ¿Hasta dónde Santos, Vargas Lleras y Sanín son líderes caudillistas?

Si la alianza uribista no logra ganar en primera vuelta presidencial, la seguridad democrática tendrá sus días contados en la segunda.

*Profesor de la Universidad Nacional de Colombia. Grupo de Investigación Presidencialismo y Participación

Columna publicada en eltiempo.com marzo 26 de 2010

domingo, 28 de febrero de 2010

IDEOLOGÍA Y DISCURSO URIBISTA

El uribismo ha sido una ideología. Como toda ideología es una representación del mundo. Una identidad colectiva en tanto fuerza material. No la única ideología, pero sí la hegemónica durante los últimos ocho años en Colombia. Dicha representación se hace manifiesta a partir de instituciones sociales y prácticas articulatorias que son también realidades históricas, significaciones imaginarias sociales y discursos concretos. La política es uno de estos discursos, el más estratégico pues es el que articula hegemónicamente a la sociedad, le da sentido, validez, identidad y orden, bajo un régimen que en el caso colombiano es excepcional por el conflicto y presidencialista por el caudillismo.

El uribismo es un discurso, una identidad, y los signos que le dan vida como ideología popular son cuatro realidades históricas que cobran unidad en cabeza del Presidente de la República: las Fuerzas Armadas, la religión, la familia y la propiedad privada. En ese sentido el uribismo es una ideología conservadora, moralizante y tradicional que articula grupos, sectores, organizaciones, clases sociales e individuos. El uribismo así pues representa y sintetiza lo que es la historia de Colombia: un país que no es liberal, ni laico, ni civilista.

Las cuatro instituciones citadas se integran a partir de la representación, de los significantes vacíos y flotantes, de los imaginarios y de las significaciones presidenciales de Álvaro Uribe. Por eso se dice que es un líder populista pues articula un discurso que dirige las Fuerzas Armadas, se sirve de la religión, defiende valores familiares y asegura la propiedad privada en su concentración, usufructo y disfrute. Álvaro Uribe es un discurso que hace de la política y de lo político un espectáculo de significantes vacíos y flotantes, y de significaciones populistas. 8 años de Gobierno dan prueba concluyente de ello. El Estado de Opinión quiere decir en este caso significaciones, imaginarios, representaciones: FF. AA., religión, familia, propiedad privada. En una palabra, una ideología, un antagonismo.

En el gobierno de Álvaro Uribe la religión como fuerza espiritual es moral y moralizante, las Fuerzas Armadas es el poder coactivo que limita el espacio de las libertades, la familia es una doctrina que normaliza a los individuos, y la propiedad privada es una institución salvaguardada en la defensa egoísta del buen ciudadano. El uribismo es un discurso que articula estas cuatro realidades y en consecuencia es un imaginario social y nacional: conservador, moralizante y tradicional. Un poder paternal y hacendatario.

Devoto creyente, virtuoso comandante, ejemplar padre y próspero hacendado hacen a Álvaro Uribe Presidente. Este es todo su poder. El Estado de Opinión le da vida a estas cuatro prácticas caudillistas y las proyecta en el tiempo como ideología política nacional. Pero ellas como instituciones que son, con significantes, significaciones, identidades e imaginarios sociales, están jerarquizadas bajo una política que representa orgánicamente al uribismo: la seguridad democrática nacida en los fragores marciales del proceso de paz con las Farc. Con la seguridad democrática se defiende la propiedad privada para con ello gobernar las almas y por ende, a los individuos en sus intereses privados. Con la Seguridad Democrática se construyó un imaginario antagónico. El uribismo es una suerte de teología política. Y los uribistas unos teólogos de la política.

La ideología uribista defiende con la seguridad democrática la propiedad privada contra sus enemigos. Esa es la clave articulatoria e identitaria de los ocho años de Uribe como Presidente; ella da el sentido de su éxito como líder populista. La representación del mundo y las identidades colectivas que vende el Estado de Opinión se levantan no sobre la distribución, reparto y democratización de la propiedad privada, bien lo sabemos, sino sobre la idea de que la misma no se modificará ni se hará extensiva a todos los desheredados de la ciudad y el campo, que son millones, por no decir la inmensa multitud. En consecuencia, la economía política del uribismo está en la defensa de la propiedad privada. Esa es su fuerza articulatoria e identitaria. Su significante vacío es la seguridad y su significante flotante es la propiedad, por algo este es un país de patricios y propietarios.
Con el fallo de la Corte Constitucional que hunde la reelección presidencial se asiste a un escollo político significativo, decisivo: el líder construido en 8 años de Estado de Opinión dejará de articular el discurso de la seguridad democrática. Pero ésta como ideología, dice el Presidente, debe reelegirse no importa que quien la haya representado no la pueda comandar después del 7 de agosto.

El problema está en que Álvaro Uribe articula un populismo que ninguno de sus aliados políticos puede representar pues como Presidente se sirve de una ideología que le da sustento y verdad al poder político con el que nació y que lo define: la institución de la hacienda. Y la hacienda es un orden conservador, moralizante y tradicional, pero en lo fundamental, hegemónico. Es decir, una institución coactiva, religiosa, familiar y defensora de la propiedad privada. Uribe se sirve del espectáculo y del poder de la palabra para hacer de dicha institución su identidad política articulatoria. La política también está hecha de intereses materiales, cosa que se olvida, y ninguno de los líderes uribistas es hacendado ni lo será: representan otras instituciones, otras fuerzas e identidades colectivas: el comercio, la industria, las finanzas, la minería, etc. Ninguno puede construir un discurso antagónico como Uribe lo ha hecho.

La Corte Constitucional no limitó, dicen los uribistas, el Estado de Opinión ni menos la Seguridad Democrática, sólo dejó por fuera, decimos, al articulador de la ideología, su líder. El drama está en que sin Uribe como líder hegemónico no hay populismo presidencial y por ende Estado de Opinión. Sin Uribe no hay discurso. Ni Santos ni Vargas Lleras ni Arias ni Sanín, todos ellos conservadores, moralizantes y tradicionales, no son populistas, ni menos hacendados; ninguno de ellos puede articular el discurso hegemónico e identitario de Uribe. ¿Podrá haber Seguridad Democrática sin Estado de Opinión tanto como ideología sin articulador? La respuesta, según el orden de las significaciones, significantes, representaciones, identidades e imaginarios del discurso hegemónico aquí consignados, es que sin institución, sin articulador, no hay ideología, no hay unidad. Sin populismo no hay uribismo, lo que es tanto como decir, sin hacienda no hay Seguridad Democrática. Esta es la verdadera encrucijada de Uribe.

En conclusión, la Corte Constitucional no sólo hundió la reelección presidencial por vicios de trámite e irregularidades de fondo, sino la ideología que la sustenta y le da vida política pues su líder no será más el articulador caudillista: el uribismo está herido de muerte. El 7 de agosto, imaginamos, inicia una nueva ideología, una nueva lógica hegemónica articulatoria, un nuevo antagonismo, sin Uribe aunque con uribismo. Acaso más conservadora, tradicional y moralizante, dicha ideología no será ni puede ser popular ni caudillista.

El Estado de Opinión ha dejado de existir.

*Grupo de Investigación “Presidencialismo y Participación”. Profesor de la Universidad Nacional de Colombia.

¿CUÁL DEBATE POLÍTICO?

La columna de opinión de José Obdulio Gaviria en EL TIEMPO del miércoles 10 de febrero del año en curso, “Elevar el nivel del debate político” (pág. 1-19), me sustrajo del ostracismo que disfrutamos todos los anónimos lectores de la prensa nacional.

No discuto el que Uribe sea “el Presidente más popular de la historia y quien ha gobernado ininterrumpidamente por más tiempo”, pues cada uno de nosotros podemos vivir de obsesiones y creer que la versión que anunciamos es la verdad de todos o de la mayoría. Ni tampoco pongo en cuestión el que el Uribe “aceptó un panel, que parecía celada, con dos enemigas insolentes vestidas de profesoras y un opositor rabioso vestido de rector”, porque para algunos la política se hace señalando enemigos.

Lo que problematizo es la frase que da vida a todo el artículo de Gaviria: “al finalizar su gobierno, la mayor contribución de Uribe habrá sido la elevación del nivel del debate político en Colombia”. ¿Cuál debate político? Si en efecto hubiera debate político, ya sabríamos los ciudadanos del común si Uribe quiere o no ser otra vez Presidente. Si hubiera debate político, los opositores al régimen se manifestarían libremente, se valoraría como son y no serían descalificados como profesoras o rectores con discursos y posiciones antagónicas al del poder. El debate político es la lucha por el poder y contra el poder. Y a tres meses de la primera vuelta presidencial, es lo que menos hay.

En palabras de Gaviria, Uribe “le dio cátedra de historia y de pensamiento político al Rector”. Y ante “la falta de argumentos” de las “señoras López y la decana, doña Natalia”, salió airoso ante los “insultos y atropellos”. Puede que el Presidente haya estado “brillante” en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, por supuesto lo dice un legítimo uribista de tiempo completo. Puede que el Presidente sea para el ex consejero presidencial ejemplo de “grandeza, civilización y temperancia”, pues fue su jefe tiempo ha. Pero decir que Uribe ha elevado el nivel del debate político, es sólo una versión del poder, pero no la verdad, pues Uribe no lucha por el poder, lo ejerce, que es distinto.

En Colombia no hay debate político gracias a Uribe, porque, como Maquiavelo lo enseñó –útil es recordarlo- la verdad del poder es el poder mismo. Por boca de Gaviria como de Uribe y tantos otros, columnistas, políticos y periodistas, habla el poder. Y el poder no es la verdad, enseña la ciencia política. El debate político se da entre opositores, entre antagonistas, en la arena política, con opiniones, versiones y verdades distintas: una lucha por el poder y contra el poder. Se da entre gobernados, mas no entre gobernantes y menos a favor de éstos. Porque si algo se ha demostrado en estos ocho años del gobierno Uribe es el ejercicio permanente del poder presidencial y su concentración a través del tiempo. Una suerte de neobonapartismo como gobierno de opinión.
El Presidente no está para el debate político en las universidades entendiendo por tal la lucha por el poder, está para gobernar, bien, mal o regular; a favor o en contra de unos o de otros. La Presidencia de la República está para ejercer el poder, no para probar que el titular del cargo dice la verdad o que la mayoría que le sigue tiene la razón. A menos que esté en campaña presidencial como candidato, y no lo sepamos, la “hipótesis” que propone Gaviria no viene a lugar pues para que haya debate político, es decir, lucha por el poder y contra el poder, también se requiere otro ingrediente, la oposición política. Y en Colombia hay sustracción de materia: tenemos opositores pero no oposición.

Si Uribe entra en el debate político, como lo afirma Gaviria, habla la investidura presidencial y el poder es su verdad: todos los que no estén de acuerdo serán poco menos que enemigas, enemigos, sean profesoras o rectores: están contra el poder. Y cuando hay un poder así de manifiesto no hay lugar para el debate, el análisis, la crítica, la contratación y la búsqueda de la verdad, menos con el Presidente como ponente. Lo que hay es un ejercicio del poder. Es decir, otro consejo comunal. Y en éstos no se discute el poder, se ejerce.

*Artículo publicado en EL TIEMPO, 13 de febrero de 2010.

domingo, 10 de enero de 2010

DE COMO COLOMBIA LLEGO AL REGIMEN MAFIOSO DE ALVARO URIBE

Juan Carlos García
Grupo de Investigación Presidencialismo y Participación
Profesor de la Universidad Nacional de Colombia
Proyecto Autonomistas Colombia
http://sociedadautonoma.blogspot.com/ 

 
“La oligarca rebelde nos pone en contacto con la evolución del poder en Colombia a partir de 1946”, José Gutiérrez, Prólogo, p. 12. 

“Recuerdo su rebeldía que a los 71 años permanecía inquebrantable, la fuerza de su espíritu y su voz altiva repitiendo: «Mientras exista miseria en Colombia, no hay discurso que valga»”, Maureén Maya Sierra, Presentación, pp. 18-19.  


UNA MILITANTE POLÍTICA

La periodista Maureén Maya Sierra le da voz a una mujer poco conocida en un libro aún menos conocido que registra “la historia no contada de Colombia”: La Oligarca Rebelde (Debate, Bogotá, 2008). Esta es, como se advierte, una lectura de la historia del país contada por María Mercedes Araujo de Cuéllar, quien se llama a sí misma “oligarca”. Lo que hace atractivo al libro no es su relato histórico ágil, dinámico y crítico, como que el mismo se funde con la vida de la entrevistada-protagonista, hasta el punto de desaparecer el género al que pertenece, y del cual tiene el lector al final de sus páginas la prueba manifiesta de un recorrido no sólo por la historia política de Colombia desde 1946, sino por “la familiaridad del poder”, y lo que es más importante, por el cuestionamiento y modificación radical del mismo. Una crítica del poder político y del poder religioso en Colombia, esa es la gran lección que nos presentan las vivas palabras de María Mercedes.

El libro nos habla de la utopía, es decir de la democracia, y cómo conseguirla en este país trágico, donde todo ha cambiado para seguir siendo “peor” con el gobierno de Álvaro Uribe. Para comprometernos con las luchas políticas, previamente hay que responder la pregunta central del libro: ¿qué hacemos con Colombia? María Mercedes enseña a reconocernos en la historia y no olvidarla, paso previo para tomar partido y volver a la memoria que muchos han querido borrar, maquillar, ocultar o violentar. Si no sabemos de historia no sabemos de política, y si de política hablamos es mejor ver que lo social es el mayor problema de Colombia. Y en esa misma historia, María Mercedes va soltando las claves de su vida como militante política: uno, el diálogo es la tarea más importante para combatir la exclusión política y la injusticia social; dos, el Estado colombiano sólo dialoga mediante presión; tres, las condiciones de miseria y de injusticia son impuestas por la oligarquía, y cuatro, es necesario un proyecto político de izquierda radical y democrática en Colombia.

URIBE, UN DICTADOR POPULISTA

Gerardo Molina, el candidato de Firmes para la presidencia de la república en los años ochenta le presentó a Álvaro Uribe: “María Mercedes, te presento a Álvaro Uribe, el futuro de la izquierda democrática en Colombia”. María Mercedes recuerda: “no me despertó ni simpatía”. Sin embargo, para la campaña presidencial de 2002, lo tiene en su casa de Santa Ana, a petición de un amigo, donde el candidato explicó cómo se había convertido en un hombre de derecha: “había comprendido que en Colombia se necesitaba orden, autoridad, fortaleza institucional, y, sobre todo, mano dura”. Al finalizar la reunión la anfitriona le dijo a su interlocutor: “Álvaro, lo que usted propone es que la sociedad abandone todo compromiso ético y opte por vender la vida (…) A matar que el Gobierno paga, a delatar culpables o inocentes que el Gobierno paga. Por Dios!!!”. “Para Uribe el principal problema de Colombia era la existencia de las Farc”, así desconocía las causas históricas y políticas de un conflicto histórico. Desde entonces, la ética de María Mercedes toma partido: debe oponerse como sea al proyecto uribista.

Uribe, dice la autora, “prefiere la sumisión al poderoso, y la represión del débil antes que el diálogo franco”. Por eso al terminar la velada María Mercedes, que ha escuchado de Uribe que la pobreza no representaba problema social alguno, lo despide en la puerta de su casa como opositora: “Mi querido Álvaro Uribe (…) tenga la absoluta certeza que me jugaré el resto de mi vida en contra suya. Todo lo que yo pueda hacer en contra de sus ideas lo haré”. 

“Lo que más le critico a Uribe es su falta de sensibilidad social, su incapacidad para ver la miseria colombiana”, recuerda María Mercedes. Y sigue anotando: “Uribe en la presidencia es el claro resultado de un proceso de degradación nacional que no se inició ayer sino que se viene gestando desde mucho antes de su nacimiento”. Más adelante nos dirá que es un “régimen mafioso”. Y de ese “régimen mafioso” glosa en términos históricos para compararlo con lo que ella ha vivido: “hoy estamos en lo que estamos: reviviendo el año 49 pero llevando a su máxima y más sangrienta expresión”. Y en esa historia de seis décadas, en ese abismo social violento, también se registra “el levantamiento de los oprimidos”. Esta es una guerra, y en ella “no hay memoria”, pero María Mercedes sigue recordando, sigue dando lecciones hasta propugnar por “un verdadero pacto social”. Sus palabras van dirigidas a sus nietos, para “que entiendan cómo los hechos del pasado formulan este presente, y cómo seguimos arrastrando ese legado de muerte y derrota, sin dar opción a las salidas creativas que varias fuerzas democráticas vienen proponiendo. Seguimos viviendo bajo una concepción bipartidista aunque se hable de pluralismo”.

De Uribe ha tomado distancia desde el comienzo, al que considera un hombre que ha revolucionado la dominación política. “La relación del pueblo con la Casa de Nariño también la cambió Uribe (…) Es un peligro; Uribe es la más fiel representación de un dictadura populista”. Uribe se debe, piensa ella, a las FARC: “Si ellas se acaban se la acaba el discurso a Uribe”. La guerra pues hace a Uribe.

UNA TRISTE OCLOCRACIA

Desde antes del Bogotazo de 1948 “la clase dirigente de Colombia encuentra luz verde para hacer lo que le venga en gana”. La consecuencia fue la guerra, porque democracia no ha existido. “¿Cuál libertad, cuál democracia?, por Dios, aquí no hemos sabido lo que es la libertad ni la democracia; lo nuestro no pasa de ser una triste oclocracia”. Para María Mercedes, la gran mentira y su gran desencanto político fue el “pacto de exclusión” del Frente Nacional, el cual “afianzó un modelo oscuro de sostenimiento de la oligarquía en el poder”, pacto que sigue existiendo.

Gaitán, recuerda ella, según la oligarquía había que asesinarlo: “Gaitán, además de negro, ponía en jaque al Establecimiento (…) con Gaitán había llegado el momento de hacer un cambio de clases en el poder, pero la oligarquía en asocio con otras fuerzas oscuras no lo resistieron y decidieron asesinarlo”. “Con el tiempo comprendí su grandeza, su capacidad para interpretar el sentido popular y expresar con absoluta convicción lo que clamaba el corazón de ese pueblo pisoteado, ignorado y siempre mancillado por las oligarquías. Ya adulta supe que Gaitán fue una esperanza truncada”. De ahí María Mercedes saca una lección histórica que no se agota en el 9 de abril de 1948: “La muerte de Gaitán indefectiblemente partió en dos la historia del país (…) porque con el homicidio de Gaitán la dirigencia de este país comprendió que podía asesinar a sus opositores con absoluta impunidad, que de ahí en adelante tenían garantizado el completo control del poder y del Estado porque cualquier fuerza disidente, contraria a sus mandatos de dominación y exclusión podía ser fácilmente eliminada y todo volvería a su cauce de normalidad. Lo aprendieron y desde entonces no han dejado de practicarlo”. 

Entonces es cuando nos lanza una frase más histórica: “Colombia no conoce lo que es vivir en paz, nunca lo ha sabido, y me temo que durante otro largo tiempo tampoco lo sabrá”. 

ROJAS, EL PACIFICADOR

Para muchos Gustavo Rojas Pinilla es un “dictador”, para otros es un líder popular. María Mercedes recuerda ese proceso pues en su barrio se gestó la subida y derrocamiento del “dictador”: “A Rojas lo convirtieron en Presidente porque era urgente realizar un cambio inmediato, el odio liberal conservador nos estaba acabando y con el nuevo gobierno se pondría fin al sanguinario gobierno de Laureano Gómez”. Pero llegó un momento en que Rojas no sirvió más, y fue justo cuando el gobierno militar empezó a hablar de la Tercera Fuerza, Asamblea Nacional Constituyente y la reelección presidencial. “Cuando el gobierno comenzó a hablar de la Tercera Fuerza, a invitar peronistas y sindicalistas que según la Iglesia estaban influenciados por el socialismo, se produjo el distanciamiento”. 

La iglesia y la oligarquía son los artífices de la caída de Rojas. “El 10 de mayo de 1957 todos los muchachitos de la oligarquía, como siguiendo un guión, madrugamos a la plaza de Bolívar para presenciar su caída. Acudimos en nuestros suntuosos carros, muy altivos y elegantes (…) las juventudes oligárquicas de Bogotá, lo íbamos a tumbar sin disparar un solo tiro. Hasta Laureano Gómez, el más malo de los malos, desde el exterior se sumaba a nuestras voces y pedía libertad de prensa que él mismo, bajo su sanguinario gobierno, había desconocido”. Sin embargo, “el pueblo quería a Rojas”. Y fue la oligarquía quien lo tumbó: “¡El Frente Nacional ya estaba definido mientras los jóvenes nos creíamos adalides de un nuevo país! Si algo hay que reconocerle a nuestra oligarquía es que ha sido más maquiavélica que ninguna otra”. El real poder político y económico preparó así el Frente Nacional, la oligarquía.

LA OLIGARQUÍA NARCO

“La oligarquía siempre ha estado de un lado: del propio, defendiendo sus propios intereses, salvo algunas excepciones. Yo entiendo por oligarquía aquella clase ligada desde siempre al poder político y económico de un país; familias que tradicionalmente han ostentado ciertos apellidos y riquezas que los sitúan en la cúspide de la pirámide social. Y aunque a veces no exhiban gran riqueza material, son el poder real en una sociedad (…) El oligarca en sus connotaciones se asemeja a la nobleza o la aristocracia de los países donde existen las monarquías; porque el oligarca no se hace, se nace oligarca y esta condición se hereda. La burguesía es otra cosa, porque se refiere más a sectores que adquieren cierto poder económico y a veces logran intervenir en las esferas del poder político, pero es un poder adquirido no heredado, no tiene que ver con la estirpe, con la cuna, con los apellidos”. Esta clase social que María Mercedes define, se contrapone relativamente a otra, que ella llama “el nuevo rico”: “los Mancuso y los demás”. Ellos “jamás serán de la oligarquía, de hecho siempre serán mirados con cierto desprecio”. 

La oligarquía en Colombia ha sido de derecha, ultraconservadora, católica. Uribe representa a la nueva clase social, no oligárquica: “también hay una oligarquía que no se pasa a Uribe, que lo ve como un arriero paisa, un culebrero embaucador, involucrado en temas muy turbios y desagradables, pero que se debe sostener por el bien del país, porque una revuelta popular sería peor”. Esta realidad se da en un contexto en el que las ideologías no existen: “ya no sabemos quién es quién y en dónde se ubica realmente”. Y en ese no saber lo que sí existe es una nueva clase en el poder, “oligarquía narco”: “la de los grandes capitales, la que se alimenta y convive con el paramilitarismo, la de la ostentación”. Uribe pues ha “revolucionado y potenciado nuestra tradicional violencia”, porque hay una nueva clase que lo sostiene. Y con la violencia, con esta “guerra sucia” ha nacido una cultura: “el ser delincuente da fama y estatus”. Con Uribe desapareció esa oligarquía tradicional, histórica, bipartidista, “y se subió otra que es mucho peor”. 

Uribe es la respuesta siempre esperada de ese sector madurado durante décadas. “Colombia es el resultado de una escuela política del cinismo que se inicia con Misael Pastrana, se afianza con Turbay, se reafirma con Ernesto Samper, se legitima con Andrés Pastrana y se convierte en ley natural con Uribe. Gracias a las gestiones de todos ellos, hoy podemos afirmar que Colombia es un Estado mafioso, y esto no significa que todos los colombianos seamos narcotraficantes”. Hay pues un gran cambio histórico: “la mafia hoy en día tiene Estado y poder político”. La realidad del Estado mafioso se ha dado con el paso de los últimos gobiernos y al final se consolidó, piensa María Mercedes: “por eso Uribe y las mafias en el poder son lo más natural que pudo sucedernos”. 

La conclusión no puede ser más problemática: “Ya no estamos ante una sola oligarquía, excluyente y despiadada, que vela por sus intereses más inmediatos; hoy tenemos una a la que le escalofría el proyecto de Uribe, otra que lo defiende visceralmente y otra que sin serlo, se impone desde la corrupción, como tal”. Ante esa perspectiva crítica, urge defender la vida, encarnar la oposición de izquierda a ese proyecto narco-paramilitar. 

YO SOY UNA MUJER DE IZQUIERDA

Conocer a Camilo Torres, su primo, la marcó en su compromiso social, en su vocación humanista, en la necesidad de un cambio social radical a partir del diálogo, en el trabajo con los más pobres: “Jesús había sido un pobre en medio de pobres”. Camilo enseñó una verdad aún vigente: “comprendía que las condiciones de miseria y de injusticia impuestas por la oligarquía en Colombia podían y debían cambiar, es decir, la pobreza y la exclusión en Colombia no eran un designio celestial”. Con él creó la Casa de la Paz, donde podían dialogar los sectores antagónicos. Y la Casa de la Paz era su propia casa en el barrio Santa Ana. En Colombia nunca ha habido diálogo, por eso es necesario propugnar por un espacio neutral. “Con las FARC jamás se ha dialogado, se han producido intentos de acercamiento con fines de doblegación total”. 

María Mercedes viene de una familia liberal, cercana a los presidentes liberales, pero su vinculación con la izquierda no tiene los colores del liberalismo, sino de su ingreso en la Universidad Nacional a estudiar sociología con Eduardo Umaña Luna: ”Desde ahí empiezo a vincularme con la izquierda”. En las clases de Umaña se reconoce como miembro de la oligarquía que pactaba el Frente Nacional y su sensibilidad social, el conocimiento descubierto en las aulas, hace que cambie su vida y toma partido. Entre 1967 y 1971 se va de Colombia pues no quiere tener hijos oligarcas: “no quería que fueran hijos de papi y que se acostumbraran a las indolencia de nuestra clase”. Por ese tipo de actitudes, y sus luchas políticas en pro de sectores sociales subalternos, María Mercedes, fue catalogada y señalada como una “traidora” de clase.

En Colombia la “clase política” es responsable de la violencia y del paramilitarismo. Con el asesinato de Gaitán el 9 de abril la violencia paramilitar se inauguró y llega hasta el presente bajo otras formas. De la policía política se pasó a los chulavitas y luego a los pájaros hasta que el “paramilitarismo fue legalizado con vigencia transitoria. Posteriormente, mediante la Ley 48 de 1968 se adopta de forma permanente. El Estado impulsa la creación de grupos de autodefensa entre la población civil”. Y después hubo más. Desde 1991 con la Estrategia Andina y el apoyo de EE.UU y el Ministerio de Defensa, “el paramilitarismo (se) configura ya desde aquel entonces como una política de Estado”. 

“Hoy el enemigo a combatir es el PDA”, como en los tiempos de 1949 cuando la oposición liberal era exterminada siendo catalogada de apátrida y aliada del comunismo. Esa es “la amenaza terrorista que todo el país a la sombra de Uribe debe combatir”. Uribe se ve desde  algunos púlpitos como el “salvador nacional”, reeditando con ello tristes épocas: “seguimos en las mismas, los políticos de siempre continúan gobernando”, piensa María Mercedes. Colombia sólo cambia para ser “peor”, más violenta. 

María Mercedes estuvo en la conformación de Firmes, en diálogo con integrantes del M19, del ELN y la FARC. Una mujer comprometida con la causa democrática. Su casa es un lugar de diálogo: “Álvaro Uribe viene a mi casa porque soy de la oligarquía y por mi tradición política de familia, a ver qué pesca, Pizarro viene porque en esta casa de la oligarquía se abrazó su propuesta de paz y aquí encontraron refugio, amistad y solidaridad varios integrantes de su agrupación”. María Mercedes, es pues una voz autorizada para relatar la “familiaridad del poder” y cómo la oposición ha sido diezmada o eliminada de plano: la Unión Patriótica y sus líderes, el M19 con Carlos Pizarro, Ricardo Lara. 

LA ESPERANZA ASESINADA

En los años ochenta soplan vientos de diálogo nacional con Betancur y Barco. Sin embargo, los cambios son aplazados y los lideres populares asesinados en seguidilla, porque otra verdad se impone: “todo líder, venga del pueblo o no, que aglutine mayorías, de inmediato es asesinado incluso antes de que logre trascendencia o notoriedad”. “El respeto que despertaba Jaime Pardo Leal entre la gente no tiene paragón, además de ser un hombre absolutamente cálido era brillante, qué inteligencia la de Jaime; yo tuve la fortuna de tenerlo en casa y quedé impactadísima. También recuerdo a Bernardo Jaramillo Ossa, que era otra lumbrera, a Manuel Cepeda y José Antequera, hombres poseedores de una integridad y una capacidad de entrega inquebrantables, que no podían ser cooptados de ningún modo (…) El magnetismo de Pizarro, por ejemplo, es inolvidable, la gente se moría por tocarlo, por conocerlo (…) la fascinación que despertaba Carlos Pizarro no se la he conocido a nadie en la vida”. 

Como Colombia no conoce la historia no recuerda que la oposición en Colombia ha sido asesinada, cuando ella busca diálogo y vías legales. “Cuando Guadalupe Salcedo contaba con la capacidad logística necesaria para tomarse Bogotá, el Gobierno decidió negociar con él y después lo asesinó en un claro crimen de Estado que por supuesto, quedó en la impunidad”. Y así ocurrió porque este es “un Estado represivo y violento”: “quienes pactan con el Gobierno se atienen a las consecuencias”. Lo contrario le pasó a Manuel Marulanda: “fue el guerrillero más importante en la historia de Colombia y eso no se puede desconocer (…) es innegable que su permanencia en la lucha es meritoria; fue un hombre consecuente hasta el último día de su vida, un campesino hecho a pulso que nunca se vendió ni se traicionó. Eso no se puede olvidar”. 

Andrés Almares fue integrante del M19, asesinado en la retoma del Palacio de Justicia en 1985 y asiduo visitante de la casa de María Mercedes donde se escenificaba el diálogo nacional. “Andrés era un tipo extraordinario; era un sindicalista convencido, un hombre de grandes convicciones, de amplia cultura, nunca lo vi como un guerrillero sino como un ser político, muy ANAPO, es que realmente era muy ANAPO. Había estudiado derecho en la Universidad Nacional”. “El Andrés que yo recuerdo era un apasionado por la vida, un hombre muy talentoso, amoroso y sobre todo, muy inquieto intelectualmente. Durante un par de años, nos vimos por lo menos cinco veces a la semana”. Con él María Mercedes pensó que la utopía era posible, que el diálogo era una realidad: “yo tenía en mi casa a toda la plana del M19”. “Para mí el M19 era algo romántico, robinjudesco y maravillosamente absurdo, yo me reía mucho con sus historias”. El M19 fue el sueño más cercano de una “revolución social”, pues tenía una clara “propuesta democrática nacionalista”. 

Pero el M19 también desapareció con el asesinato de su líder en 1990: “lo que despertaba Pizarro no lo he conocido en nadie más”. Después, cuando la izquierda legal es arrinconada o eliminada se empieza a consolidar la estructura mafiosa, “narco para”, esa nueva clase social que se corona con el proyecto derechista de Álvaro Uribe. 

LA UTOPÍA POSIBLE

Para finalizar sus lecciones históricas, María Mercedes no olvida aquello que pocos saben: “Siempre fue claro que esta gente, la oligarquía y el poder político, no han querido un diálogo”. Y como no han querido un diálogo, hay que presionar para que ocurra. “Nuestra eterna historia, sino es bajo presión, ni mediante acciones de hecho, el Gobierno no cede y no dialoga”. La historia de las últimas décadas es el registro de diálogos truncos, fracasados, traicionados.

Para María Mercedes, el diálogo es la herramienta más radical que existe en la izquierda, pues la derecha no dialoga. Y hablar de diálogo es defender la vida, en este país que es ya una “enorme fosa común”. “No se puede ser neutral ante la muerte, se tenía que ser extremista, se debe ser extremista cuando de defender la vida se trata”. Hoy el diálogo con Uribe sólo es posible bajo presión: “con Uribe se coronó el proyecto paramilitar y mafioso que desde hace décadas venía en escalada”. Según, la autora, “hay que oponerse a su Gobierno al precio que sea”, y presionarlo a dialogar.

El Polo Democrático puede ser el abanderado de ese diálogo nacional, pero tiene que ser, como se ha señalado, extremo con sus propuestas: “El PDA se tiene que liberar, romper con la estigmatización mediática para poder jugar política y socialmente con propuesta aguerridas. Necesitamos un partido atrevido, que se exponga a la polémica, que genere noticia y le dé vuelo a su imaginación”. Sobreviene una pregunta: “dónde está la izquierda comprometida con el pobre, ¿dónde está?”. El PDA está en ese sentido “muy lejos del pueblo”. No podría presionar a favor del diálogo, no podría ser un interlocutor que le reste poder al proyecto narco-para que gobierna Colombia. 

“Es necesario que realicemos esfuerzos por restaurar la democracia, por eso debemos develar por todos los canales disponibles la realidad que el Gobierno pretende ocultar, convertir en hechos noticiosos las luchas de la gente y formular alternativas posibles; el Polo tiene con qué, pero tiene que asumirse como lo que es y puede llegar a ser”. Y la primera tarea, la más inmediata es no seguirle a Uribe: “el PDA tiene que darse cuenta que le está haciendo el juego a Uribe en su divorcio con las Farc”. Pero esa “colcha de retazos” que es el PDA necesita “comprometerse con las bases sociales”. “La dirigencia política de este país debe ser cuestionada no venerada, la oligarquía debe comprometerse, no escabullirse, y la iglesia debe examinarse a fondo para responderle al país”. Y con Uribe, dice María Mercedes, hay “una política de más guerra”, a la cual hay que oponérsele al precio que sea, porque está en juego la vida.

La salida en pro de la democracia es la lucha política por fuera de la violencia. Por ejemplo, las FARC son inviables en Colombia, porque según la autora, “estamos ante una guerrilla torpe políticamente que no sabe aprovechar los escenarios internacionales y terminan por jugar en contra de sí mismas. Históricamente el peor enemigo de las FARC son las mismas FARC”. Y las FARC le hacen el juego a Álvaro Uribe.

María Mercedes propugna por una revolución democrática: “Cuando hablamos de reformas de fondo, no estamos diciendo que se deba mejorar el orden existente, sino que éste debe ser modificado radicalmente, sustituido por otro”. Un real Estado Social de Derecho, dice ella. Esa es la utopía siempre buscada: “sólo a través de una izquierda poderosa y comprometida lograríamos los cambios que el país requería”. La izquierda no puede vivir “a la defensiva”, pues la posición que se debe mostrar es “antinarco”, hay que pelarle a la “fuerza narcopara”. El reto es también construir nuevos valores, una nueva concepción del mundo: “a la gente no hay que apoyarla en su odio ni decirle lo que quiere oír, hay que contarle lo que no sabe, lo que no se puede olvidar y hay que repetirle lo que no desea escuchar”. La utopía aún es posible.

jueves, 7 de enero de 2010

LA REELECCION PRESIDENCIAL DE ALVARO URIBE 2010-2014

Juan Carlos García
Grupo de investigación Presidencialismo y Participación
Profesor de la Universidad Nacional de Colombia
jcgarcialo@unal.edu.co


“Con Uribe se coronó el proyecto paramilitar y mafioso que desde hace décadas venía en escala”. La oligarca rebelde. Conversaciones con María Mercedes Araujo, Debate, Bogotá, 2008, p. 205.

Con una oposición política dividida y timorata ante la realidad asfixiante del país, en la que hay algunos opositores de valía y una inexistente organización opositora con voluntad de cambiar al régimen, radical frente al orden conservador imperante y realmente democrática en sus principios como en sus prácticas, Álvaro Uribe ha anunciado en voz baja y en su verano vacacional su candidatura a las elecciones presidenciales de mayo entrante. Casi nadie lo ha anunciado. Nadie lo ha festejado.

El eterno candidato lo ha hecho agregando a su discurso paternal sustancias aromáticas por todos conocidos si de autoritarismo y predestinación sabemos, cuando no padecemos: “Dependerá de la Corte Constitucional, del pueblo y de Dios, nuestro señor” (El Tiempo, 6 de enero de 2010). A lo cual contestó, como ninguno otro, el caricaturista de El Espectador Héctor Osuna (Enero 6 de 2010) con otra no menos sugestiva afirmación titulando su viñeta “Triunvirato reeleccionista”, en la que se ve a Uribe cual hacendado, que lo es, acompañado del Procurador General de la Nación, su copartidario y miembro de número del Opus Dei. Sentencia Uribe: “¿Pueblo?...Ahí están las encuestas; ¿corte?...¡No me haga reír!...Procurador, ¿sabe usted algo de Nuestro Señor?”. La réplica a la misma verdad que el caricaturista advierte la da al fondo un caballo de El ubérrimo, la hacienda presidencial, cuando afirma, “Bestial”.

Y es bestial lo que las cabañuelas del bicentenario pronostican, si, como lo advertimos, se asiste a una nueva manifestación del todopoderoso presidencialismo, desconociendo los principios éticos, que en este gobierno lo son menos, porque los principios jurídicos, bien sabemos, se subordinan en lo político al botín burocrático del Estado, que en ocho años de presidencialismo de opinión han estructurado la “bestialidad” de un régimen mafioso que se proyecta cuan largo es, corrupto y corruptor. Y nadie hace nada. Por eso la caricatura de Osuna es oportuna para leer entrelíneas lo que viene en curso y que los aguinaldos no pronosticaban, pero han sido anunciados con la llegada de los reyes magos con sus alforjas viajeras: que las encuestas han definido la candidatura presidencial, que la Corte Constitucional es de bolsillo, y que Dios, “Nuestro Señor”, es sólo un discurso navideño que ya fue. Álvaro Uribe es otra vez candidato presidencial. Nadie lo ha dicho.

Si la oposición fuera oposición, y leyera la realidad del país donde vive, si los analistas políticos adictos al régimen, o críticos furiosos de él, vieran lo que los periódicos ocultan, si los políticos uribistas que esperan el maná del cielo para ser candidatos victoriosos, hubieran llegado de sus asuetos pagados del erario, el país o lo que queda de él estaría debatiendo qué significa que Uribe deje en manos de otros el destino de Colombia cuando es él el Presidente, es decir el primer responsable de lo que pase en esta “patria” que un día gobernó Simón Bolívar. Es la manida táctica del conejo utilizada en ocho años: me oculto pero todos saben que estoy aquí. El triunvirato que anunció Uribe en alguna emisora local y en la comodidad de sus haciendas de Antioquia y Córdoba, es eso justamente: otros (el pueblo), no la Corte, porque se da por descontada, ni Dios, porque él no vota, han definido la candidatura sin límites. El pueblo quiere a Uribe, lo que es tanto como afirmar, Uribe es el pueblo. Candidato significa presidente. El deseo navideño se ha hecho realidad, luego de tantos días de encrucijada: ha nacido un niño. Algunos cantarán el hosanna, otros buscarán un Herodes y los más le construirán un templo.

Pero si no hay oposición política, si Uribe tiene todas las de ganar, si el país de opinión ha medido la excelencia del líder en las encuestas, ¿qué queda por hacer? Dos tareas pendientes pueden ponerse en práctica, para aquellos que se dicen democráticos, autonomistas, libertarios. Lo primero es leer la realidad política de la guerra. Es necesario develar el discurso oficial de la guerra, haciendo visible que la seguridad democrática no ha traído la paz y que por el contrario, hoy la situación pinta casi igual que hace ocho años. O peor, si examinamos en detalle el nivel de desplazamiento forzado en Colombia, con una media increíble de 300 mil por año, y miles de heridos, lisiados, huérfanos, viudas. O los seis millones de colombianos que en el 2010 viven en el extranjero, cuando hace menos de una década eran cuatro millones. Aparte del rearme paramilitar con nuevos grupos, la nueva táctica de las Farc cercando otra vez a Bogotá con los bloques sur, occidental y oriental, el boyante presupuesto militar jamás visto, la nutrida presencia de 400 mil integrantes de las FF.AA y la amenaza latente de guerra contra Venezuela con el apoyo tecnológico de EE.UU, la situación bélica es dramática. Y con Uribe los tambores anuncian los mariscales de campo que vendrán. Hacer visible la guerra significa reconocer que hay que dialogar con las guerrillas y desmontar el paramilitarismo en todas sus formas. Y en este punto la oposición política, el PDA, juega en el tablero de Uribe y con las fichas de él, marcadas por demás. La oposición debe ser una verdadera oposición beligerante en todo y por fuera de los estribillos uribistas, incluyendo sus cantos de sirena.

Un segundo desafío es mostrar que la democracia no existe en Colombia y que el Estado Social de Derecho ha quedado liquidado. La reelección por segunda vez del uribismo es la prueba máxima de dicha realidad. Saber exponer tal apreciación por parte de los opositores del régimen, es la clave de su victoria, no en las urnas donde tienen escasas posibilidades, tanto en las elecciones parlamentarias como en las presidenciales, sino en la agrupación política que salga y se estructure luego del triunfo de Uribe y su alianza mafiosa, hacendataria y financiera. Hay que construir una oposición real al régimen oligárquico, incluso dejando atrás partidos y movimientos que se dicen hoy democráticos y alternativos, y que no lo son, ni lo pueden ser. Luego de las elecciones de mayo entrante, donde Uribe saldrá vencedor pero que no le alcanzará para coronarse como quiere, será forzado a una segunda vuelta, en junio siguiente, donde el Estado de opinión aliado al partido liberal, el paramilitarismo, el gran capital y las sectas, capillas y logias uribistas obrarán de la mejor manera, ungiendo con cuatro años más al elegido. La oposición, real y efectiva a Uribe y lo que representa, mal contados unos 3 millones en las urnas del PDA en la segunda vuelta, debe organizar un amplio movimiento social y político, popular y autónomo, como frente opositor radical al orden, desde el Congreso pasando por la prensa hasta las juntas de acción comunal y las movilizaciones permanentes en la calle y las plazas pública. Llevar la bandera de la autonomía democrática es tarea que no da espera pues es la forma de quebrar la vértebra de la dominación uribista. La oposición que nazca de la derrota tiene que buscar una revocatoria del mandato del Presidente, sacándolo constitucionalmente del poder.

Se entiende que la reelección presidencial de Uribe no permite ni permitirá la revocatoria del mandato, es cerrada, para nada democrática y por eso reaccionaria. Con Uribe hay un jugador tramposo: todos ponen, pero hay un ganador absoluto, el mismo que hace las reglas. Es tarea de la oposición luego de junio de 2010, revocarle el mandato presidencial y construir una Institución Imaginaria Radical que desmonte de plano el régimen mafioso y siente las bases de una sociedad autónoma, donde haya una autoorganización democrática que irrigue desde lo local un nuevo orden social, político e histórico, llamémosla por ahora Asamblea Nacional Constituyente. Para ello el proyecto paramilitar y mafioso que corona a Uribe dictador soberano tendrá que consolidarse como lo ha hecho hasta ahora y la oposición política en Colombia probará la necesaria derrota con todas las consecuencias políticas, derrota que decantará a las verdaderas fuerzas democráticas, alternativas y radicales que jugarán el juego de la creación humana de la política. “Todo lo que existe merece perecer”[1].
[1] J. W. Goethe, Fausto.